
La Justicia está hoy, y desde hace años, en grave estado de degradación -por ser sutil-, cuestión que daña la sociedad toda. En estos días es más visible por un caso emblemático, el del juicio por la muerte de Diego Armando Maradona. Parecería ser, para quienes abrazamos el derecho -con respeto, humildad y el esfuerzo que conlleva-, que lo que estamos viviendo es inusual, aunque, siendo sincero y con honestidad intelectual, esto que hoy ve la sociedad toda no es lo inusual, sino tristemente lo cotidiano, con las lógicas y pocas excepciones de grandes maestros y funcionarios con los que hemos compartido ya casi 35 años de ejercicio profesional.
Parecería que de un momento a otro todo se derrumbó, y tristemente no es así. Se viene derrumbando casi todos los días, está derrumbado.
Esta triste realidad de quienes ostentan un cargo sin estar a la altura -a veces por acción, otras por omisión- no refleja el sentido de Justicia. Y es más grave aún cuando muchas veces las cosas son tan previsibles y sin solución, y esto sin distinción de rol ciudadano -imputado o víctima-.
Todos merecen una Justicia a la altura de lo que debe ser. Tal vez necesitemos menos teoría doctrinaria y más experiencia, menos “jerarquía” de poder y mayor empatía de quienes, más allá de su cargo, resultan empleados jerarquizados de toda la sociedad.
Desde la profesión escuchamos que “estos son días de bronca”. Creo y reitero, después de casi 35 años de profesión, que la tristeza de hoy es solo el entorno de algo mucho más grave, que es frecuente, alarmante y muy preocupante.
La fractura del Poder Judicial, reitero, hoy se ve precipitada, en honor a la verdad, por un derrumbe incontrolable. Nuestra profesión hoy tiene una obligación más en este contexto: ilustrar a hombres y mujeres de a pie, para que sepan a conciencia que esta destrucción judicial institucional, creo humildemente, empezará a tener un horizonte distinto cuando se depure desde afuera hacia adentro (pensar esta cuestión al revés me resulta utópico).
Quienes ejercemos la profesión hemos aprendido que mientras mayor sea el cargo, mayor es la responsabilidad. Si dejamos la Justicia en manos de algunos novatos/as, estamos perdidos, pero será más grave aún si dejamos a toda la sociedad en manos del inescrupuloso y minúsculo grupo de los denominados magister, que ni siquiera releen el art. 18 de nuestra Carta Magna.
La profesión se debe dignificar todos los días, ¿y la judicatura? No hay más oportunidades, hay que decidir cambiar y no poner a la Justicia de espaldas a la sociedad, sino mirando hacia los rostros de todos los ciudadanos.
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