
“La victoria puede ser creada” es probablemente la frase más célebre del milenario tratado militar que Sun-Tzu escribiera aproximadamente en el siglo V A.C. El general y filosofo chino aludía de esa forma a que la victoria no debía concebirse simplemente como el resultado de la fuerza bruta sino que, esencialmente, esta podía lograrse a través de la estrategia, la planificación y la utilización astuta de los recursos disponibles.
No solo esta máxima -como tantas otras de “El Arte de la Guerra”- sigue manteniendo aún hoy una extraordinaria vigencia, sino que incluso en un marco en el que las campañas electorales se han convertido en verdaderas “batallas” comunicacionales, puede decirse que más allá de los resultados fácticos en el terreno de la aritmética electoral (lo plasmado en las urnas), las “victorias” así como las “derrotas” pueden ser “creadas” desde el plano simbólico y discursivo. Un relato que se comienza a construir durante la propia campaña, y que tiene en la estrategia de comunicación de los resultados durante la noche del mismo domingo electoral un hito fundamental.
En esta clave -seguramente no la única- pueden leerse los resultados de la inédita elección en que los porteños eligieron a 30 legisladores locales ante una oferta tan heterogénea como dispersa en 17 listas diferentes. Una elección inédita, claro está, no por la trascendencia de una legislatura local que está lejos de concitar el mínimo interés ciudadano, sino por el carácter que la propia política le asignó como una suerte de “ensayo general” de impacto nacional para medir el peso específico de cada espacio, constatar el posicionamiento de las diversas fuerzas en el electorado y evaluar las posibles o necesarias alianzas de cara a las más decisivas elecciones generales de octubre.
A contramano de lo que preveían la gran mayoría de las encuestas previas, el libertario Manuel Adorni obtuvo el primer lugar por unos nada despreciables tres puntos de ventaja. Una victoria esencialmente del propio Milei (que es Adorni, como rezaba su simple slogan electoral), que desde las terminales oficialistas será por estos días resaltada como histórica en el debut del sello libertario en territorio porteño. No solo por el impacto que tendrá el triunfo contra el favorito Santoro para potenciar y nacionalizar la narrativa “kirchnerismo o libertad” y proyectar hacia afuera (fundamentalmente, los mercados) una imagen de gobernabilidad y respaldo ciudadano, sino por haber alcanzado el objetivo de poner fin a una hegemonía de dos décadas del PRO en la Ciudad, su histórico bastión, y fortalecer sus ambiciones de hegemonizar el espectro que va del centro a la derecha.
Un PRO que, en este marco, termina muy alejado de la disputa principal, superando apenas los 15 puntos, algo que hasta hace muy poco parecía impensado para un espacio acostumbrado a alcanzar con facilidad entre un 40% y un 50% de los votos en la ciudad. Su candidata Lospennato no solo no logró capitalizar electoralmente el escándalo de “ficha limpia”, demostrando que las agendas de los microclimas políticos siguen muy alejadas de los problemas reales de la gente, sino que prácticamente terminó siendo doblada en cantidad de votos por el vocero presidencial. Es más, ni siquiera le queda el consuelo posible de poder intentar asignar cierta dosis de responsabilidad por la derrota a Rodríguez Larreta, que alcanzó apenas un magro 8% de los votos, que sumados a los del PRO “oficial” ni siquiera le hubiesen alcanzado para alcanzar el segundo lugar.
El resultado, en este plano, tiene como telón de fondo no solo la disputa con el PRO por el voto antikirchnerista de la capital o un mejor posicionamiento con vistas a una potencial confluencia de facto en el distrito bonaerense, sino lo que en las últimas semanas se había convertido en un enfrentamiento personal entre Macri y Milei. Resulta obvio, en este sentido, que es Macri probablemente el gran derrotado en una elección en la que empezó equivocándose de estrategia al decidir apresuradamente un desdoblamiento electoral que siempre había criticado y que se avizoraba compleja con una gestión local muy pobre, y en la que terminó enojándose y convirtiéndose en presa fácil del juego que le propusieron los libertarios, más cercano a la guerra psicológica que a una disputa electoral.
Leandro Santoro no pudo refrendar su condición de favorito ni volver a triunfar en territorio capitalino tras 32 años. Pero, más importante aún, no logró demostrar la efectividad de la estrategia bifronte con la que buscaba capitalizar el malestar con la pobre gestión de Pro y exhibirse al mismo como una alternativa al proyecto libertario. Si bien no faltará quien diga que el otrora dirigente radical alcanzó a superar el piso de 25% y que logró por primera vez vencer al PRO, estuvo por debajo incluso de su propia performance de 2023, en un contexto en el que, además, esperaba favorecerse de la dispersión oficialista.
Así las cosas, más allá del análisis que habrá de hacerse necesariamente sobre el preocupante fenómeno de la bajísima participación electoral (53%), se trata de un resultado importantísimo que se potenciará discursivamente al señalarse que ni la dispersión del voto de centro-derecha impidió que los libertarios se impusieran frente al peronismo en la ciudad, lo que no solo potenciará electoralmente al oficialismo de cara a octubre sino que podría espiralizar la crisis interna del PRO y acelerar la sangría de dirigentes frente al evidente fracaso de la estrategia macrista y la primera derrota de un oficialismo local en lo que va del calendario electoral.
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