
La elección en la Ciudad de Buenos Aires, sin el filtro previo de las PASO, ofreció una radiografía nítida del presente político local y nacional. Fue, al mismo tiempo, un espejo y una vidriera. Un espejo, porque reflejó con crudeza el momento que atraviesan las principales fuerzas políticas; y una vidriera, porque expuso -sin anestesia- cómo se reposicionan los actores de cara al armado de listas y a la reconfiguración del sistema político. También dejó algo más profundo: el electorado que alguna vez sostuvo al oficialismo local está huérfano. No desapareció, pero ya no se siente representado. Y ese vacío, más que ideológico, es narrativo.
Aunque los porcentajes se parecen a los de 2023 -alrededor de un tercio para La Libertad Avanza, otro tercio para el peronismo y un tercio disperso entre lo que fue Juntos por el Cambio- el escenario político sí cambió. Estas elecciones fueron, además de locales, nacionales. Al realizarse sin PASO, se convirtieron en una vidriera de reordenamientos: un escenario real donde los actores midieron sus fuerzas y revelaron sus límites.
El oficialismo porteño fue reprobado. La gestión, antes símbolo de eficiencia, quedó encapsulada en una frase que, sin querer, lo dijo todo: “hay olor a pis”. Larreta intentó sincerar el deterioro, pero terminó resignificando su legado y el de su sucesor. El malestar urbano se volvió símbolo.

A nivel nacional, la narrativa libertaria fue más potente que cualquier campaña tradicional. “Adorni es Milei”, “solo nosotros frenamos al kirchnerismo” y una retórica clara, aunque extrema, lograron apropiarse del sentido opositor. El PRO, atrapado entre su pasado de gestión y la novedad libertaria, quedó sin relato y sin electores. Fue desplazado del centro de gravedad político.
En ese marco, La Libertad Avanza dio un paso más en su consolidación. Dejó de ser solo la expresión del enojo para convertirse en el nuevo liderazgo de la histórica coalición antiperonista. Si alguna vez fue una anomalía, ahora parece haber encontrado un lugar estable en la lógica del sistema de partidos. La Ciudad, tradicional bastión antikirchnerista, empieza a reconocer a Milei y su tropa como sus nuevos representantes.
Lo más notable, sin embargo, no fue lo que se vio, sino lo que no apareció: entusiasmo.

Entre el ausentismo, el bajo caudal de votos y la desconexión general, se consolidó una certeza incómoda: la oferta política no está cerca de lo que demanda la ciudadanía. Hay un electorado “huérfano”, sin identificación, sin entusiasmo, con mucho margen para ser seducido por propuestas nuevas, distintas y sintonizadas con el presente.
La fragmentación de la oferta no derivó en una dispersión extrema del voto, pero sí dejó como saldo una enorme incertidumbre. La mayoría de las encuestas quedó lejos del resultado final, y esa volatilidad puede volverse regla. La fragmentación, más que un accidente, puede convertirse en una constante. Eso implica oportunidades para quienes se animen a competir desde los márgenes, a construir identidad y a ofrecer algo realmente disruptivo.
El problema de casi todos los candidatos -desde Larreta hasta Santoro, pasando por las figuras del PRO- fue que propusieron versiones remasterizadas de lo ya conocido. La Libertad Avanza, en cambio, era la novedad. Y la política, como la moda o la tecnología, castiga el aburrimiento. Quien quiera competir en serio deberá hacerlo con ideas, rostros y relatos que se diferencien radicalmente de los actuales. Sólo así podrá ganarse el favor de una ciudadanía que, cada vez más, quiere algo distinto. El electorado pide nuevos lenguajes, liderazgos distintos y una narrativa disruptiva que conecte con sus sentimientos. Hasta que eso no aparezca, el espejo seguirá reflejando una certeza incómoda: no falta electorado, falta política.
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