
El Gobierno tiene definido un objetivo prioritario, bajar la inflación a niveles de un digito en los próximos 12 meses (“a mitad de 2025, la inflación va a intentar perforar el 1% y para mitad de 2026, se termina el problema de la inflación” declaró el Presidente).
No se trata de un objetivo de banca central -típicamente tener la inflación en un rango al que se trata de converger con instrumentos habituales de política monetaria- sino de un objetivo del Poder Ejecutivo que parece estar por sobre cualquier otro objetivo económico.
No es habitual, dado que, puesto de esa forma como regla lexicográfica (no existe otro objetivo a cumplir -se vuelve irrelevante- si no se cumple el primero), el uso de ciertos instrumentos puede comprometer otros objetivos de política económica, como la velocidad con la que la Argentina retorna a los mercados de deuda voluntaria, la inversión, el nivel de actividad).
Apostar a una baja del tipo de cambio es bastante parecido a afirmar que “se sabe cuál es el nivel correcto o de equilibrio del mercado”, lo cual suena aventurado.
Apostar a una baja del tipo de cambio es bastante parecido a afirmar que “se sabe cuál es el nivel correcto o de equilibrio del mercado”, lo cual suena aventurado
La introducción de una banda cambiaria en reemplazo del mecanismo prefijado de ajuste mensual fue una medida saludable en pos del descubrimiento del valor de equilibrio de corto plazo del tipo de cambio, pero todavía ese valor es incierto, ya que no todos los jugadores están en el mercado operando en el sentido y con la fuerza que se podría prever.
En particular, la no intervención del Banco Central comprando dólares y emitiendo pesos que no serán esterilizados -según manifestaciones desde el propio BCRA y lo que reza en el acuerdo con el FMI- ha derivado en la “queja” del ministro Luis Caputo por un bajo nivel de monetización.
Existe la demanda de más pesos, pero no se emiten para presionar a la baja la inflación, comprometiendo el objetivo de restablecer reservas y recuperar acceso a los mercados voluntarios a tasas sostenibles.

Hay soluciones alternativas por el lado del bimonetarismo -facilitar el uso de dólares no declarados-, pero ello empieza a estar en el límite de lo que se puede instrumentar, y requiere que los tenedores de esos dólares decidan desarmar su posición de reserva en dicho activo para consumir.
Excluimos, por supuesto, del análisis el uso por parte de algunos tenedores de dólares (narcotráfico, robo, etc.) que se lanzarían furiosamente al consumo o lavado, algo que seguramente estará fuera de toda posibilidad en la habilitación que se proponga.
La eliminación del cepo -aun con sus aspectos graduales- ha tenido un impacto potente, que se refleja en el colapso de las brechas cambiarias, y por esa vía es un poderoso instrumento que ya está en juego desde mediados de abril para limitar el traspaso a precios de ajustes en el tipo de cambio.
La eliminación del cepo -aun con sus aspectos graduales- ha tenido un impacto potente, que se refleja en el colapso de las brechas cambiarias
Es probable que la relativa “tranquilidad” de los precios en abril se deba, en buena medida, a la caída de las brechas, junto a muchos otros factores -entre ellos, la fuerte desaceleración en el precio de la carne vacuna- que se suman para explicar la inflación de un mes. Y la suerte puede jugar también a favor: el precio del petróleo Brent, que a comienzos de abril todavía estaba en torno de los 74 dólares, descendió a menos de USD 64 en la segunda mitad del mes, facilitando una caída en el precio nominal de los combustibles.
Es probable que para “hundir” la inflación a niveles del 1% en el tercer trimestre se necesiten medidas heroicas, como frenar algunos precios líderes, aparte de suerte. En economía, sin embargo, esas decisiones heroicas no siempre resultan gratis, aun cuando el pago pueda demorar unos meses (importante para el político).

Frenar por unos meses el tipo de cambio, los ajustes en tarifas del transporte, el ajuste en el impuesto a los combustibles, etc., todo es quizás posible por algunos meses, pero, a menos que se logren fantásticas mejoras de productividad durante el frenazo que convaliden las tarifas y precios más bajos como niveles de equilibrio, muchos empezarán a descontar que, tarde o temprano, se realizarán ajustes.
Eso equivale a perder parte de la estabilidad en las expectativas que se ganó con la modificación del régimen cambiario. Es un escenario que puede afectar negativamente las decisiones de inversión y la actividad.
Frenar por unos meses el tipo de cambio, los ajustes en tarifas del transporte, el ajuste en el impuesto a los combustibles, etc., todo es quizás posible por algunos meses
No se puede objetar haber elegido la reducción de la inflación como objetivo prioritario de política económica, pero, en tanto se ponen en el freezer por un tiempo cambios de precios relativos y se está instrumentando un proceso de desregulación y apertura que puede llevar mucho más tiempo todavía -incluyendo otras reformas como la laboral, previsional, el ajuste de gasto y estructuras en los tres niveles de gobierno, la eliminación de impuestos distorsivos y otras reformas que permitan un salto de la productividad-, es probable que la inflación siga un camino de lento descenso, gradual y bastante poceado (con altas y bajas momentáneas), como enseña la experiencia.
Ello puede no ser atractivo políticamente, sobre todo si el principal mensaje para el votante es llegar rápidamente al cero, y eso se demora.
La frustración desvía la atención de lo que es el principal mensaje que recibimos de la actual gestión, que, sumado al objetivo de estabilizar, es el de hacer todos los cambios regulatorios y de organización que sean necesarios para lograr una economía abierta, competitiva y con crecimiento sostenible.
El autor es Director y Economista Jefe de FIEL. Esta nota se publicó en Indicadores de Coyuntura 674 de FIEL
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