
La salida del cepo cambiario es, sin duda, un hito largamente esperado por el mercado inmobiliario argentino. Durante años, esta restricción no solo distorsionó el sistema económico, sino que también planchó el desarrollo del sector, desalentando tanto la inversión local como la llegada de capitales del exterior.
Esta privación de la libertad financiera generó un escenario de especulación y parálisis. Empresarios y consumidores quedamos atrapados en un clima de incertidumbre donde era casi imposible proyectar. Sin acceso a divisas, sin previsibilidad y sin crédito, el mercado quedó prácticamente inmovilizado.
Pero ahora, con medidas como el levantamiento del cepo para personas físicas, la aparición de créditos hipotecarios y la posible apertura de un nuevo blanqueo, comenzamos a ver señales claras de reactivación sostenibles en el tiempo. En marzo de 2025 se registraron 10.317 operaciones de compraventa, un 42% más que en marzo de 2024 y un 30% más que en febrero. Esta dinámica evidencia que algo está cambiando. Los bancos reciben cada vez más consultas por créditos hipotecarios, y si bien todavía estamos lejos de que esta herramienta esté al alcance de la mayoría, es un paso clave hacia el objetivo principal: el acceso a la vivienda digna.
Las últimas cifras de CABA lo confirman, casi el 21% de las operaciones se concretaron mediante crédito hipotecario, con un salto interanual del 1042%. En total, se registraron 4.747 escrituras con crédito en marzo, lo que representa 34 meses consecutivos de crecimiento. Esto no solo refleja confianza, sino también una demanda latente que empieza a encontrar herramientas para concretarse.
Los inmuebles, que venían de una larga etapa de estancamiento en precios, ya muestran una recuperación progresiva. Tocamos fondo en 2023, y hoy los valores comienzan lentamente a recomponerse. El monto promedio de las operaciones ya ronda los $130 millones, un 47,3% más que hace un año. Esta variación es natural en un contexto donde el mercado retoma dinamismo, disminuye el stock de propiedades disponibles y aumenta la demanda.
Pero el impacto no se limita solo a las propiedades terminadas. La venta en pozo, herramienta clave para el desarrollo urbano y también para el ahorro de los argentinos, recibió un impulso importante con el fin del cepo y el blanqueo de capitales. Poder adquirir moneda extranjera sin trabas facilita enormemente este tipo de operaciones. Y más aún: abre la puerta a una oportunidad que no podemos desperdiciar. Me refiero a atraer inversiones extranjeras al sector, algo que fue inviable bajo un régimen de control de cambios.
Argentina siempre fue un mercado inmobiliario dolarizado. Nos guste o no, el dólar sigue siendo el parámetro por excelencia del negocio. Y si no hay libertad para operar con esta moneda, no hay reglas claras. Por eso, levantar el cepo no es solo una medida cambiaria: es también una condición necesaria para profesionalizar, transparentar y abrir el sector a nuevos actores.
Hoy, quienes desarrollan proyectos, muchas veces asumen el rol del banco. Financian al comprador desde el pozo, asumen riesgos, y al mismo tiempo contribuyen a resolver una necesidad social estructural: el déficit habitacional. En ese contexto, cualquier medida que aliente la inversión, que simplifique el acceso al crédito, y que brinde certezas jurídicas y económicas, es bienvenida.
Pero queda mucho por hacer. Es imprescindible que los municipios acompañen esta nueva etapa con menos obstáculos burocráticos. Que se promueva la innovación en sistemas constructivos más rápidos y accesibles, como la construcción en seco. Que se avance en registrar y formalizar los boletos de compraventa. Y, sobre todo, que el salario real de las familias mejore para que puedan sostener un crédito en el tiempo.
La reactivación del mercado ya empezó, pero su consolidación dependerá de que sigamos removiendo dificultades y pensando a largo plazo. Apostar al ladrillo, como históricamente lo hicimos los argentinos, es sinónimo de confianza, crecimiento y desarrollo.
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