
La reciente negativa del Senado a aprobar el proyecto de Ficha Limpia no fue solamente un traspié legislativo. Fue un mensaje. Uno que muchos escuchamos con preocupación, pero también con la convicción reforzada de que hay una porción creciente de la sociedad que no está dispuesta a resignar principios básicos: transparencia, integridad y responsabilidad en el ejercicio de la función pública.
Quienes impulsamos desde la sociedad civil esta iniciativa no lo hicimos por cálculo político, ni por oportunismo. Lo hicimos porque creemos hace muchos años, con honestidad, que quienes han sido condenados por corrupción no deben ser candidatos. Tan sencillo y tan elemental como eso.
En estos días, algunos eligieron burlarse de quienes sostenemos estas banderas. Nos llamaron “ñoños republicanos”, como si aferrarse a la legalidad, a la Constitución y a los límites al poder fuera ingenuo, o incluso anticuado. Lejos de ofendernos, tomamos esa etiqueta como lo que es: un reconocimiento involuntario. Sí, somos quienes, sin atajos, seguimos defendiendo la división de poderes, la independencia judicial, la libertad de prensa y la ética pública. Y somos millones.
No es la primera vez que se intenta desacreditar esas convicciones. Ya lo vimos cuando salimos a las calles en plena pandemia para exigir la apertura de las escuelas, mientras se liberaban presos sin justificación y las víctimas eran nuevamente olvidadas. Lo vimos cuando defendimos la independencia del Poder Judicial frente a intentos de reformas o ampliaciones discrecionales que solo buscaban controlarlo y garantizar impunidad. Cuando alzamos la voz para evitar la remoción, por revancha, de jueces incómodos. También cuando respaldamos al procurador Casal y a la Corte Suprema frente a maniobras infames para someterlos a juicio político. Cuando denunciamos que se robaban las vacunas y se colaban en las filas, mientras nuestros seres queridos quedaban desprotegidos.
También entonces estuvimos ahí: en la calle, en los medios, y en los espacios institucionales que correspondía. Siempre con la misma bandera: la de la república.
Esta vez, incluso el mundo económico reaccionó. La Cámara de Comercio de los Estados Unidos en Argentina (AmCham) advirtió con contundencia que la falta de una norma como Ficha Limpia erosiona la confianza institucional y espanta inversiones.
No hay desarrollo económico sostenible sin instituciones sólidas. La transparencia no es un lujo: es una condición indispensable para cualquier país que quiera crecer, generar empleo y atraer capital.
El desprestigio de las reglas, el cinismo político y la naturalización de la impunidad no son solo un problema moral: son un obstáculo concreto al progreso. Es importante recordarlo hoy, cuando algunos referentes que supieron defender esas causas prefieren callar o justificar. Y también cuando sectores que llegaron prometiendo renovar la política apelan a prácticas que debilitan la institucionalidad y alimentan la confrontación estéril. El poder, cuando no reconoce límites, siempre termina pareciéndose a lo que decía combatir.
La república no es de izquierda ni de derecha. No tiene dueño. Es el marco que nos contiene a todos. Y cuando se la ataca —desde un atril o desde una red social—, quienes creemos en sus principios tenemos la obligación de alzar la voz. Con firmeza. Con respeto. Con coherencia.
No es ingenuidad. Es convicción. Y no estamos solos. Somos millones.
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