
Milei hace catarsis despachando su odio y Santiago Caputo lo gerencia. La gestión de la furia tiene un doble propósito. El Presidente descarga sus pulsiones más tóxicas y el asesor capitaliza sus estados para alimentar a la propia tropa manual en mano.
Nada que uno no pueda haber esperado. La consigna “no odiamos lo suficiente a los periodistas” es copy-paste de campañas desplegadas por las derechas alternativas que convierten la incitación al odio en el driver que las mueve.
El odio es un sentimiento extremo pero también un recurso de los manipuladores de este tiempo. Los que van por el poder en su forma más absoluta traccionan desde el odio. Ocurrió muchas veces en la historia. Esa historia que nos empeñamos en olvidar.
La violencia narrativa dispone hoy de sofisticadas herramientas tecnológicas que potencian la carga de artillería de los odiantes. El vertiginoso curso de los algoritmos replica creencias e instala con velocidad viral los contenidos más violentos. No hay con qué darle. Son las marcas de este tiempo.
Con un profesionalismo perverso se identifica a pretendidos enemigos y se va por ellos sin miramientos. Son las reglas del juego en la mesa de arena del poder.
Descansa la “casta” política. Que pase el que sigue. Es el turno del periodismo profesional.
Apremiado por las urgencias de gobernar, el libertarianismo asimiló a la casta, la asoció a su proyecto, la va succionando, abduciendo, atrapando en sus redes. Necesita de la experiencia política y disponibilidad de los que no quieren quedarse afuera de la fiesta del poder. En suma, “la tienen adentro”. El periodismo es otra cosa.
Sacar de escena la tarea de los profesionales de la información es ahora mucho más que un pasatiempo de barricada. Es la madre de todas las batallas. Como Cristina Kirchner, que fantaseaba con “un mundo sin periodistas”, Milei humedece sus ensoñaciones con el exterminio de los periodistas por la vía del odio popular.
“No odiamos lo suficiente a los periodistas, todavía”. El “todavía” con el que se juguetea con fuego en la cuenta de @mileiemperador demanda un esfuerzo por redoblar la actitud odiante, acicatea.
La salvajada discursiva con la que desde lo más alto del poder se pretende entretener a las audiencias militantes, no repara en el daño autoinfligido que supone mostrarse como feroces promotores del odio, alimentando el resentimiento y la reacción.
La incitación al odio se naturaliza y va penetrando. Se hunde en las rajas que el descontento y la frustración abren en la piel social. La manifestación activa del odio es el último refugio de los desplazados del sistema.
El Presidente se despacha en el diván de los streaming. El terapeuta de turno, sea Fantino o Parisini, sostiene festejando los desbordes. La desmesura presidencial entretiene, excita a las audiencias siempre dispuestas a una entrega de circo romano on demand. Este jueves, Javier Milei, dedicó seis horas de corrido a fustigar con nombre y apellido a los periodistas que tiene en la mira entre otras cuestiones.
Al repertorio de sus exabruptos: ensobrados, mandriles, basuras humanas, sumó nuevas exquisiteces: “muy mierda”, “lacra inmunda”, “soretes”. Lo escatológico parece ser muy inspirador en la literatura presidencial. La constante referencia a la sodomización como forma de humillación remite en el inconsciente colectivo a la práctica del empalamiento. Mediático en este caso.
El odio, como herramienta en el discurso político, no solo busca crear división. También intimida, amenaza, gatilla los resortes de la censura. Es una poderosísima estrategia para consolidar poder y justificar políticas autoritarias.
“Si vos odias al político, al periodista odialo más”, reforzó. Los periodistas son “la prostituta de los políticos” apostó esta vez. Se ensaña muy especialmente con los profesionales o medios con los que comparte una cierta afinidad ideológica. Del resto parece no ocuparse.
¿A quién tendremos que meter en cana?, preguntó a sus interlocutores. “¿Tenés la lista?“.
La diseminación de fake news refuerza la confusión. Las redes como canal de desinformación.
Esta semana una de las cuentas favoritas de Milei asociada al portal de noticias La Derecha Diario, posteó una supuesta encuesta del Foro del Periodismo Argentino, que daba cuenta de que 7 de cada 10 consultados apoya que el presidente de la Nación llame “ensobrados” a los periodistas.
El RT Milei llevó la viralización del contenido, a acumular 5.000 reposteros y más de 20.000 “Me gusta”.
FOPEA desmintió el contenido y aclaró que no realiza encuestas. Señaló también que la gráfica presentada había sido usada con anterioridad en otros posteos. La consultora a la que se atribuye la investigación es inexistente. En los tiempos de la comunicación digital las falsas realidades se construyen en segundos.
La narrativa presidencial va entrando, no obstante, en zona de desgaste. Empieza a aburrir.
Milei tendrá que activar la creatividad si lo que pretende es escalar. Las obscenidades en curso suenan remanidas y pierden efecto a fuerza de reiteración. Se le va mojando la pólvora.
Mientras el mundo daba una bienvenida alborozada a la llegada un nuevo Papa que toma la posta de Francisco y festejaba su perfil compasivo, convocando a la paz y a la unidad, y llamando a construir puentes de diálogo más allá de cualquier diferencia, Milei celebraba su propia misa en el streaming de Carajo.
La diatriba libertaria acelera el resentimiento odiante que destila el discurso presidencial. Que alguien le advierta al estratega comunicacional del oficialismo que el disruptivo personaje que alimenta se le está desbocando y puede írsele de las manos.
Los artilugios de la inteligencia artificial facilitaron el ridículo de los outsiders. El engendro de un Papa con cabeza de león que el oficialismo levantó a las redes es una pieza tan autorreferencial como patética. Cualquier parecido con la imagen de Trump travestido como pontífice no es pura casualidad.

Hay que admitir que el jueves no fue un día fácil para el oficialismo. La escandalosa caída del proyecto de “ficha limpia” mostró a la clase política en su conjunto expuesta al “principio de revelación”.
El enojo y la perplejidad fueron la inmediata reacción al resultado de una votación que dejó abierta la posibilidad de que los condenados con doble conforme en causa de corrupción puedan seguir participando.
Sin posibilidad cierta de desentrañar cuáles fueron los arreglos que revirtieron los votos de los senadores misioneros, quienes habían comprometido su acompañamiento, lo que sobrevino fue una tempestad.
Silvia Lospenatto denunció un pacto de impunidad. Javier Milei la trató de mentirosa. La sanción de la Ley a una semana de las elecciones en la Ciudad quedó atrapada en las tensiones electorales.
El oficialismo salió a sobreactuar su acompañamiento del malogrado proyecto. Milei se atribuyó el impulso a la Ley cuando la redacción original perteneció a Lospennato.
“Anoche el partido del Estado, los corruptos, ganaron la batalla pero no la guerra, los vamos a sacar a patadas en el culo”, sobreactúa Milei en orden a salvar la ropa.
Si como efectivamente se sostiene, la defección de los dos senadores misioneros fue parte de una componenda de último minuto entre el oficialismo y el mandamás Carlos Rovira, el enjuague dejó pataleando en el aire al mismísimo jefe de Gabinete de ministros. Guillermo Francos había asegurado que estaban los votos para imponer la ley.
El trascendido que da cuenta de que Carlos Rovira bajó la orden de cambiar el voto a sus senadores, Sonia Rojas Decut y Carlos Arce, tras recibir un pedido del Javier Milei funcionó como kerosene sobre el fuego.
Sin hacer declaraciones públicas, al menos en “on the record”, el hombre fuerte de la política misionera salió a reconfortar a sus mandaderos avalando el giro que volteó el proyecto de ley de ficha limpia y se hizo cargo a viva voz de la trapisonda política parlamentaria con el argumento de que no es partidario de “proscripciones”.
Si efectivamente existió un llamado personal de Milei al mandamás provincial es todavía incomprobable pero varias fuentes calificadas ponen en boca de Rovira esta aseveración.
La exposición de las falacias y contradicciones del oficialismo solo permiten esperar más, mucha más violencia discursiva en las horas por venir.
La diatriba odiadora funciona como una reacción atropellada ante la falta de argumentaciones razonables. Un volquete de insultos e imprecaciones como respuesta a lo que no puede explicarse, como parapeto frente a las flagrantes contradicciones del discurso oficial.
Identificar las estrategias que se despliegan mediante los discursos de odio, la manipulación de las emociones y el sistemático fogoneo de los antagonismos ayuda a sobrellevar los embates del poder.
Para reinar el poder necesita polarizar. El camino de la polarización demanda clasificación de los enemigos, zonas de exclusión dónde acorralar a los señalados, a los excluídos. Neutralizar el trabajo de los periodistas profesionales, degradarlos, minar su credibilidad es parte de ese proyecto.
En la placenta de la rabia y el descontento social, el odio suele empollar los huevos de las peores tragedias. Son los tiempos que corren.
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