
Elegir el nombre de La Cámpora para designar a una agrupación política es llamativo porque el personaje de Héctor Cámpora, presidente por un brevísimo período en 1973 hasta el nuevo llamado a elecciones tras su renuncia (aquellas en las que triunfó la fórmula Perón-Perón), nunca fue significativo para la historia de nuestro país.
Cámpora se limitó a ser un hombre leal a Perón en su tiempo, al que el General eligió para que lo remplazara en la primera votación, dada la proscripción a la que estaba sometido desde el Golpe del 55, y confiando en que pudiera cumplir con el proceso de transmitir su pensamiento. Eso no sucedió, lamentablemente, porque este personaje, a quien conocí, fue elegido por su obediencia y terminó seducido por el desenfreno demencial de la guerrilla, se enamoró de la coyuntura revolucionaria y en lugar de escuchar a Perón, acabó prestando atención a líderes pasajeros que, como quedó demostrado, no sirvieron a la causa peronista ni a la democracia.
La misma elección hizo Miguel Bonasso en su libro El presidente que no fue, interesante, aunque básicamente más pro guerrilla, pro lucha armada, que peronista. Y aquí viene el tema central: Montoneros nace asesinando al general Aramburu y con ese acontecimiento, se acerca al peronismo. En su retorno, Perón no tiene otra posibilidad que integrar a los jóvenes, una fuerza de movilización esencial, hija de la dictadura. Ahora bien, su integración se basaba en el hecho de que el triunfo de la democracia implicara el abandono de las armas. No lo entendieron así, tristemente, y después de recibir una inmensa cantidad de cargos y responsabilidades públicas, esa juventud se enfrenta con la del centro- según ellos la derecha-, con lo que era el verdadero peronismo, sosteniendo la tesis de que en el retorno de Perón la guerrilla había sido más decisiva que el pueblo.

Llamativo porque esa disyuntiva se asemeja al momento en que el Papa Francisco elige superar la Teología de la Liberación para encontrarse con la Teología del Pueblo. La convicción de las vanguardias nos vuelve a enfrentar a quienes pensamos que el mayor nivel de conciencia no está en las minorías lúcidas, sino en las mayorías populares, las que hicieron el 17 de Octubre y permitieron, más adelante, el retorno de Perón.
Duele porque a veces veo a militantes, periodistas y funcionarios emitir opiniones insensatas: repiten “habíamos llegado a una coincidencia en un tema central como los derechos humanos”, lo cual no es cierto. El kirchnerismo había partido de la hipótesis de que como todos coincidíamos en que los militares habían sido asesinos, apropiadores de bebés, torturadores, además de nefastos para la economía del país al mando de su ministro José Alfredo Martínez de Hoz, la consecuencia que se intentaba imponer desde ese espacio era que la guerrilla había sido lúcida. Esa concepción de los derechos humanos no es la que comparte la mayoría de la sociedad, por lo cual, al desplazar al peronismo a la izquierda, La Cámpora, esos jóvenes que nunca quisieron entender a Perón, eligió ese nombre de deslealtad concreta, teniendo en su seno, por otra parte, a algunos ideólogos cuya ocupación central ha sido y es la traición. La Cámpora terminó gestando, engendrando esta derecha dura, extrema e irracional representada por Milei y los suyos, que hoy soportamos. El peronismo siempre supo ocupar el centro, en cambio, el kirchnerismo lo corrió hacia la izquierda y lo llevó a una terrible derrota.
Hasta que esa enfermedad no pueda ser superada, el movimiento nacional no va a recuperar su lugar. Cuando Saadi nos llevó a la derrota frente a Alfonsín, nos costó, pero logramos expulsarlo. Luego vino Menem, la principal traición al pensamiento de Perón, y en su decadencia, logramos expulsarlo. Ahora está Cristina Kirchner, quien no puede ser candidata a presidenta por la fuerte oposición que enfrenta ni tampoco convertir a alguno de los que cree suyos en otro Alberto Fernández, porque los errores de aquella dupla están a la vista. En síntesis, si no nos sacamos de encima a Cristina y al absurdo pensamiento camporista de superioridad de las minorías lúcidas sobre el esforzado pueblo, no volveremos a tener una auténtica expresión de patria.
Brasil lo tiene a Lula, Uruguay los tuvo a Mujica y a Tabaré Vázquez, y también a Sanguinetti, porque en los dos sectores había cordura, y Bolivia tuvo a Evo, de un nivel similar como estadista. Nosotros, desde la dictadura hasta la actualidad, no contamos con un solo político al frente del Ejecutivo, un solo gobernante -salvo Raúl Alfonsín-, y es hora de asumir que ni Néstor ni Cristina tenían vocación de trascender, porque en lo esencial apostaban a la división, a la fractura, a ese lugar que ocupamos hoy, que ocupan ellos hoy, que es el eje, la razón de la peor derrota.
El movimiento nacional siempre abarcará a todas aquellas fuerzas con pensamientos de raíz nacional. Existe entre los radicales, los peronistas, los liberales, los conservadores, mientras nos gobiernan deleznables traidores a la patria que solo intentan vender, entregar lo que la naturaleza nos dio.
Las etapas de la Argentina fueron. En primer lugar, la agropecuaria; la industrial, después. Y la dictadura engendró la financiera con la cual, entre las privatizaciones y el latrocinio de Menem, se generó una nueva burguesía, cuya esencia es parasitaria. A ella pertenece gran parte de nuestra dirigencia , representada por los codiciosos que hacen dinero con dinero, sin invertir y jugando a la bicicleta financiera que, hasta entre los chacareros alientan los Milei y los Caputo, con tal de eludir e impedir la producción y favorecer la evasión. ¿No dijo acaso Milei que quienes evaden son héroes?
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