
La historia está siendo escrita frente a nosotros. En tiempos de definiciones económicas estructurales, es clave dimensionar dónde estamos parados. Lo que estamos viendo hoy en Argentina no tiene precedentes recientes. No vimos este tipo de esquema, con estas características, en este contexto. Y quien diga que sí, miente.
Sin embargo, cabe comparar con 2018, cuando el gobierno de Mauricio Macri -con Guido Sandleris al frente del Banco Central- aplicó un régimen de bandas cambiarias como parte del acuerdo con el FMI. Aquellas bandas, que iban de $34 a $44, contrastan de forma brutal con las actuales de $1.000 a $1.400, dejando en evidencia el tamaño del deterioro económico que tuvo lugar durante los últimos años de gestión económica, tanto bajo el macrismo como el kirchnerismo.
En ese entonces, el esquema era devaluatorio: las bandas se ajustaban un 3% mensual (luego 2%) y el tipo de cambio se mantuvo cercano al piso inferior. Para julio de 2019, el dólar rondaba $45. A la vez, el Banco Central solo podía intervenir con USD 150 millones diarios, en un marco de emisión y déficit fiscal cero, que inició junto con el esquema de bandas.
El ajuste de Macri fue distinto, tanto en su implementación como en su direccionamiento. Se retrasaron, pospusieron o descartaron reformas profundas en la forma del gasto gubernamental. No hubo “no hay plata”. Sumado a eso, la coalición que gobernaba tenía tensiones internas que limitaban el margen para una verdadera consolidación fiscal.
El ajuste de Macri fue distinto, tanto en su implementación como en su direccionamiento. Se retrasaron, pospusieron o descartaron reformas profundas en la forma del gasto gubernamental
Por lo tanto, el desafío fue doble en ese momento. El BCRA debía ganar credibilidad en que defendería las bandas (recordemos que venía golpeado después de la conferencia de prensa sobre metas de inflación de diciembre de 2017); y el Gobierno debía ganar credibilidad respecto a su decisión de sostener el déficit fiscal para no caer nuevamente en necesitar asistencia por parte del Tesoro.
Es decir, las condiciones macro del 2018-2019 eran mucho peores que las que tenemos hoy, tras las reformas llevadas a cabo por el Gobierno de Javier Milei.
No obstante, un dato no menor: en julio de 2019 la inflación mayorista fue cero. Sí, cero. El esquema de flotación y emisión cero funcionó. Ahora bien, ¿Qué hubiera pasado si Macri no perdía las PASO? Imposible saberlo. Pero lo cierto es que llegó tarde a las reformas, y cuando las aplicó, fueron recesivas y no alcanzaron.
Credibilidad y superávit fiscal
Con Milei, el panorama es otro. El Gobierno ya logró esa credibilidad. Hay superávit fiscal, financiero, y un compromiso fuerte de no financiar al Tesoro con emisión desde el inicio de la gestión. Incluso estuvo dispuesto a pagar altos costos en términos políticos o de opinión pública, como fueron los vetos de 2024. Esa lógica de superávit retira pesos del mercado mes a mes.
Además, ya no existen pasivos remunerados como las Leliqs, que, en 2018, alimentaban expectativas de emisión. El ancla fiscal, hoy, está consolidada. Y eso se nota.

Otra diferencia sustancial con 2018 -y no menor- es el sentido que tiene la asistencia financiera externa. En aquel momento, los dólares del FMI llegaron para cubrir vencimientos urgentes, porque el Gobierno no podía refinanciar deuda en el mercado. No había reformas, no había credibilidad, y el financiamiento voluntario estaba cerrado. La entrada del dinero, facilitada por el respaldo de Estados Unidos, venía con una apuesta implícita: que Macri pudiera estabilizar, reelegir, reabrir los mercados y, con eso, repagar la deuda. No sucedió.
Hoy, en cambio, el dinero del acuerdo con el FMI tiene otro rol: si todo sale bien, no debería usarse. La idea es capitalizar al Banco Central y, en última instancia, anclar expectativas. Esa es una diferencia clave: esta vez la plata no viene a tapar baches, sino a consolidar un programa que ya está en marcha y muestra resultados.
Riesgos de la flotación
Ahora bien, la flotación cambiaria no es gratis, y menos en un país como Argentina. Cada vez que el dólar se mueve, genera ruido. Inestabilidad social, comercial y política.
Hoy el tipo de cambio puede fluctuar un 40% antes de que el BCRA intervenga; para mayo de 2026, 78%; y para agosto de 2027, 143%. Y eso es mucho margen para un mercado tan sensible. El desafío es que la población aprenda a vivir en un esquema de flotación cambiaria. Si lo logrará o no, solo el tiempo lo dirá.

Y si el dólar se estabiliza cerca del piso, como ya empieza a insinuarse, la discusión pasa a otro terreno: la necesidad de una reforma impositiva. Sin inflación ni atraso cambiario que disimulen distorsiones, la carga fiscal empieza a jugar en contra de la competitividad estructural.
Inflación
La gran incógnita para muchos es qué sucederá con la inflación. Como dijimos previamente, en 10 meses, el Gobierno de Macri con este esquema, una macro mucho más deteriorada, inestabilidad política y transitando una crisis económica y de credibilidad, logró bajarla de 6,6% a 2,1%, con una inflación mayorista que llegó a cero. En este caso, con las condiciones tras las reformas muchísimo mejores, deberíamos esperar que la inflación colapse más pronto que tarde.
Otro punto a tener en cuenta es que este esquema solo funciona si el Gobierno mantiene disciplina fiscal total. Y, sinceramente, la única fuerza política -con chances de ganar una elección- con ese compromiso es La Libertad Avanza. Ni el PRO, ni los radicales y mucho menos el kirchnerismo han demostrado un compromiso real con el equilibrio fiscal.
El éxito de este esquema a largo plazo depende de una condición política: su continuidad. Porque la disciplina fiscal no se impone solo con números, sino con convicción política
Pero más allá de la macro, el éxito de este esquema a largo plazo depende de una condición política: su continuidad. Porque la disciplina fiscal no se impone solo con números, sino con convicción política sostenida en el tiempo y validada en las urnas.
Por eso, este esquema tiene fecha de vencimiento: 10 de diciembre de 2027 o de 2031, dependiendo de si Milei logra ser reelecto. La sostenibilidad de este modelo está atada a la política.
La otra gran inquietud -quizás incluso sea muy temprano planteárselo- es: ¿Qué va a pasar cuando Milei se vaya? Si el próximo gobierno vuelve a financiar el déficit con emisión, a expandir el gasto, a hacer expansionismo fiscal sin respaldo, el Banco Central deberá cubrirlo con pesos. Volverán las letras intransferibles y, con ellas, el drenaje de reservas.
El esquema de bandas se rompería. Y con él, todo el andamiaje de estabilidad que el gobierno logró construir. Por eso, el deseo -más allá de lo ideológico- es que Milei logre dejar un esquema que lo sobreviva. Porque hoy, tal como está planteado, este modelo no lo sobrevive a él.
El autor es economista de Thesis Consulting
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