
A partir del nuevo milenio, ha surgido una vida automatizada y conectada, que le permite a la sociedad una nueva manera de vivir. Casas inteligentes que abren y cierran sus puertas y ventanas automáticamente; canillas que riegan el jardín a la hora programada; microondas, o freezers y computadoras personales que logran una intercomunicación permanente son algunos de los elementos que darían cuenta de una vida fácil de llevar y, por qué no, más tranquila.
En ese marco, las tecnologías comenzaron a formar parte de la vida cotidiana y no podemos soslayarlas, ya que todos somos usuarios y protagonistas de espacios digitales. Sin embargo, es necesario reflexionar cómo enseñar su uso a los más chicos y a los adultos mayores para que puedan ser parte.
El filósofo francés M. Serres plantea que hubo tres grandes revoluciones en la historia de la humanidad: la invención de la escritura, la de la imprenta y el surgimiento de la tecnología. Es sabido que la revolución digital de nuestro presente modificó no solo los soportes de la escritura, sino también la técnica de su reproducción y diseminación, y las maneras de leer. Hemos pasado de sucesivas tecnologías escritas -piedra, papiro, manuscrito, libro impreso- a otras digitales tales, como libro electrónico o e-book. Estos nuevos soportes permiten superar la linealidad del texto escrito, dando lugar a la hipertextualidad; es decir, a la nueva concepción de texto en la que se asocian citas, notas, o se crea un itinerario nuevo de lectura donde un sitio se vincula con otro, donde los lectores accederán a él a partir de los sitios enlazados que el lector visita previamente. Por tanto, un escrito permite diversidad de itinerarios, más interconexión con el resto de recursos enciclopédicos de la red y más significativas, ya que multiplica sus posibilidades interpretativas.
Ahora bien, sabemos que la brecha digital, entendida como la desigualdad en el acceso, uso y calidad de las tecnologías de diferentes grupos sociales, es uno de los determinantes de las desigualdades del mundo, por su impacto en la economía, en la cultura y en la sociedad. Esto se exacerba con los adultos mayores y con las infancias (en plural, haciendo referencia a los diversos formatos culturales y subculturas en la que los niños se hallan insertos).
Por ende, no es factible suponer que los grandes problemas que tenemos se solucionan poniendo computadoras en todas las escuelas o comprando un buen software educativo para incluir a todos. Queda claro que lo importante no es la tecnología, sino lo que hagamos con ella, lo que enseñemos sobre sus usos y posibilidades y sobre sus límites.
Por lo antedicho, es necesario plantearse la necesidad urgente de la alfabetización digital, que va más allá de aprender a leer y escribir o comprender un texto. Se trata de enseñar a apropiarse de la tecnología. Y, si bien en los últimos años, al decir de M. Serres, “los más chicos manipulan el teléfono a velocidades endiabladas; abren su ordenador y los motores de búsqueda y activan a su antojo textos e imágenes y tienen ahí adelante, ahí afuera su cognición”, es urgente enseñar el buen uso de la tecnología a los pequeños. A su vez, los docentes deben contar con competencias digitales y aprender el uso pedagógico de la tecnología y comprender las formas actuales de leer y escribir; qué estrategias, qué saberes y qué recursos se despliegan en los diferentes campos de práctica de la escritura; y enseñar la comprensión y la producción de narraciones en plataformas y entornos digitales, pero sin olvidar la importancia del proceso de subjetivación que implica transitar la infancia o la tercera edad.
En ese contexto, respecto de los adultos mayores, es necesario ayudarlos a dejar la “extranjería digital” para que la tecnología les permita más contacto social, más entretenimiento, les facilite ciertas tareas (homebanking, entre otras), les dé la chance de informarse y mejorar las relaciones familiares. Pero para que esto sea posible es necesario repensar la vejez, eliminar prejuicios o discriminaciones respecto de la edad, entendiendo que envejecer no es una barrera para el aprendizaje ni para mantener una vida pública.
Sabemos que navegar en Internet es habitar la inmensidad, donde es necesario tener capacidad para no perecer. Es por eso que hay que acompañar a las infancias y a los adultos mayores a tejer una red con presencia y con una mirada amorosa. De este modo, los avances tecnológicos nos obligan a tomar postura para enfrentar las formas tradicionales de educar y de convivir, para encontrar otras más innovadoras y, a su vez, educar en la responsabilidad y en la capacidad de construir un entramado con otros. A la convivencia la construimos con todos y entre todos.
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