
Se va poniendo en marcha el año electoral. El 13 de abril se elegirán convencionales constituyentes en la provincia de Santa Fe. Es una fecha importante, porque determinará la composición de la Convención que tendrá a su cargo la modificación de la Constitución de esa provincia. Lo será también porque su resultado será visto como un primer test político no sólo para el gobernador Maximilano Pullaro, sino también para el gobierno nacional. Si bien es erróneo extrapolar situaciones locales al ámbito nacional (como se vio claramente en el proceso electoral de 2023, cuando los ínfimos guarismos obtenidos por LLA en las elecciones provinciales anteriores hicieron lucir como un “batacazo” su casi 30% en las PASO nacionales), normalmente esos datos reflejan, aunque sea en forma muy imperfecta, alguna tendencia nacional.
El foco está puesto en la siguiente elección, la que tendrá lugar el 18 de mayo en la Ciudad de Buenos Aires para la elección de legisladores porteños. El Jefe de Gobierno, Jorge Macri, dispuso separar esa elección de la nacional. Esa decisión debería permitir concentrar los debates en las cuestiones locales. Sin embargo, el “Triángulo de Hierro” hizo todo lo posible por nacionalizar esas elecciones. Así, confeccionó una lista encabezada por el vocero presidencial Manuel Adorni, a quien los temas de la Ciudad de Buenos Aires parece que nunca le importaron.
Las “fuerzas del cielo” han elegido como su adversario al PRO. Resulta extraño si se tiene en cuenta que fue gracias al partido fundado por Mauricio Macri que el oficialismo pudo conseguir en el Congreso la aprobación de leyes que necesitaba y la no aprobación de otras que consideraba nocivas. El PRO, pese a no cogobernar, actuó con responsabilidad institucional. No vaciló en pagar los costos políticos que fueran necesarios con el fin superior de aportarle gobernabilidad no a un presidente circunstancial, sino a la Argentina.
Pese a esa contribución, la tríada gobernante ha venido haciendo todo lo posible para erosionar a su salvador. Trata al PRO y a sus principales dirigentes, en especial a Mauricio Macri, como objetos de museo que deben ser extirpados de la vida política de nuestro país. Por tal motivo, rehúyen todo acuerdo entre partidos, que sería el camino razonable para que la gobernabilidad tuviera mayor solidez y permanencia. Es que los acuerdos políticos suponen que las partes que los celebran se reconocen recíprocamente legitimidad. Los populistas no pueden admitir esos entendimientos sin sentirlos como una muestra de debilidad. Para ellos, cuando gobiernan, solo es legítimo el “conductor”. Los otros partidos y en general las instituciones son desdeñados. Todos se deben subordinar a la voluntad del líder mesiánico, que se confunde con la voluntad del pueblo.
De ahí que el oficialismo nacional haya decidido dar la batalla contra el PRO precisamente en el distrito que este gobierna desde hace más de 17 años, en los que ha operado una transformación extraordinaria en todos los campos. Esa confianza que los ciudadanos le han revalidado en varias oportunidades se sustenta en una gestión seria, austera, eficaz, que ha realizado obras públicas imprescindibles, ha mejorado sus servicios y la ha promovido una oferta cultural acorde a la tradición de una ciudad abierta, dinámica y cosmopolita. Pero es una lucha vacía, carente de toda propuesta, que solo apela a la ya gastada imagen de la motosierra.
La oferta electoral es muy variada. Eso es, por una parte, bueno, porque permite al ciudadano optar por quienes más lo representen. Sin embargo, la excesiva fragmentación y el énfasis en los personalismos tienden a debilitar la conformación de mayorías parlamentarias que le den solidez a la acción del gobierno. La suspensión de las PASO obra en el mismo sentido, porque ese mecanismo (al que siempre me opuse porque constituía una intromisión estatal en la vida partidaria) servía de filtro para que no hubiera una enorme proliferación de listas. Sin PASO, ese resultado se debería obtener por la constitución de coaliciones amplias y estables.
En la Ciudad de Buenos Aires no se ha podido conformar en este caso, pero sigue siendo imprescindible una coalición republicana, aunque no sea electoral. La política sustentada en fáciles y falsas apelaciones emocionales en el marco de la lucha amigo/enemigo sirve, lamentablemente, para ganar elecciones, pero no para gobernar. La sociedad ya muestra señales de hastío por un estilo tan primitivo, que solo puede ser eficaz por un lapso breve. A la larga, los dirigentes que desprecian a las instituciones y alientan los personalismos mesiánicos son víctimas del monstruo que crearon: la sociedad les cobra muy caro cualquier resultado adverso. Solo sobre el piso sólido de los mecanismos republicanos se puede construir un edificio de progreso y bienestar duraderos.
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