El fin de la hegemonía de los Estados Unidos

De aquí en más la principal potencia deberá aceptar que la conducción mundial tendrá que negociarla y compartirla con otros actores que cada vez tienen más poder, como China o Rusia

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El presidente de EEUU, Donald
El presidente de EEUU, Donald Trump

La segunda presidencia de Estados Unidos de Donald Trump se inserta en el cambio profundo de la realidad política global, que viene tomando una velocidad cada vez mayor y con una fuerte intensidad, abarcando los campos científico-tecnológicos, militares, económicos y políticos, lo que significa el fin de un modelo hegemónico diseñado hace más de setenta años, cuando se produjo el triunfo militar de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Si bien a principios de este siglo se produjeron hechos significativos que preanunciaban el declive de ese modelo liderado por Estados Unidos y sus aliados occidentales, el segundo arribo al poder de Trump establece un punto de llegada claramente distinto.

Este Trump, que no es diametralmente opuesto al que había gobernado entre 2017 y 2021, parece decidido a modificar muchos de los consensos a los que había arribado la Comunidad Internacional y que no pudo (o no se atrevió) a implementar, especialmente en materia de política exterior. Por ejemplo, las medidas arancelarias extremas e insólitas que está tomando.

Su eslogan MAGA, “Make América Great Again”, puede sintetizarse en “no me importan quienes son mis aliados y quienes mis adversarios, todos están en contra mío y los voy a vencer ”, sin importarle el grado de conflicto al que puede llevar al mundo, cada vez más dividido política, económica y religiosamente.

En el plano interno, al carecer de adversarios de fuste, frente a un partido Republicano sin grandes fisuras encolumnado detrás y con un partido Demócrata sin liderazgos, Trump puede ocuparse de construir una nueva política exterior norteamericana, que se puede sintetizar en una Hiper-Occidentalizacion a la americana.

Un Estados Unidos produciendo materias primas, desde el suelo americano, queriendo dominar al mundo por el estrecho camino de un nuevo hegemonismo retrógrado, basado en un pasado que desapareció con la globalización, hace años.

Su fuerza reside en estar acompañado en esta primera etapa por los millonarios de Silicón Valley y por un porcentaje importante de norteamericanos, en su mayoría blancos empobrecidos, que creen que la inmigración es sinónimo del delito y que los que llegan desde los países cercanos les quitan sus ganancias y algunos trabajos que ellos no desean hacer.

Es querer volver al Leviatán de Thomas Hobbes, al “hombre lobo del hombre” es decir a la idea pesimista de la naturaleza humana, bastante acorde con la realidad social que está atravesando los grandes centros urbanos americanos y Occidentales y como equivocadamente se siente el mas fuerte y así lo ha hecho saber a propios y extraños, avanza sin medir daños, muchos de ellos a su propio pueblo.

Trump confusamente comenzó a modificar su política de alianzas y quiere reemplazar a sus antiguos y tradicionales socios Atlánticos por Rusia, es decir a volver a la época de Potsdam y de Yalta. Considerando que Putin no le cuesta dinero, como lo hacen los 27 Estados de la Unión Europea para mantener la OTAN, en un cálculo simplista y carente de visión estratégica

Confirmando el camino hacia la decadencia, la guerra de Gaza y la invasión de Rusia a Ucrania demostraron que la obediencia a la Casa Blanca había desaparecido y que el poder que detentaba durante el siglo XX y en los comienzos del XXI había dejado de ser hegemónico y que el Occidente conducido por los Estados Unidos dejaba de ser el que decidía qué se debe hacer.

Asimismo el resurgimiento vertiginoso, luego de largos años de decadencia y ostracismo del “Imperio del Centro” por un lado y, por otro, el fin de la paciencia de Rusia que fue humillada y depreciada por los países de la Unión Europea, decidió desafiar la seguridad europea invadiendo territorios que hace años pertenecían a Ucrania.

Desde su segunda presidencia, Trump intentó reconstruir el poder sin límites de su país, ignorando que la realidad actual no es la misma que existía cuando se diseñó por esos ganadores un mundo a imagen de lo que les convenía, en primer lugar, a Estados Unidos, en segundo lugar a la URSS y en tercer lugar a los países occidentales, aliados de los Estados Unidos para impedir la propagación del comunismo.

Hoy la realidad es otra, Estados Unidos no puede hacer con la economía mundial lo que quiere, ni puede ejercer plenamente su abrumadora superioridad militar porque los Estados que lo enfrentan (China y Rusia) poseen armas de destrucción masiva y las pueden detentar legítimamente por ser Estados Miembros del Consejo de Seguridad de la ONU.

Estas razones, además de su voluntad de tener el máximo poder global, han llevado al gobierno de Estados Unidos a esta irracional guerra arancelaria que tendrá consecuencias poco beneficiosas para la humanidad.

Este segundo mandato tiene otra realidad internacional, con una China que es el Estado con el mayor volumen comercial, en un mundo multilateral que Trump no quiere e intenta hacer retroceder, erradamente, creyendo que la solución se encuentra en que MAGA puede hacer mover hacia atrás las agujas del reloj de la historia.

Como sabemos, la única verdad es la realidad y la realidad internacional demuestra que la hegemonía norteamericana llegó a su fin.

Ello no significa la desaparición de su inmenso poder militar, científico y tecnológico, pero de aquí en más deberá aceptar que la conducción mundial tendrá que negociarla y compartirla con otros actores que cada vez tienen más poder como China, Rusia y los Brics.

Argentina en ese marco ha quedado muy reducida en su espacio geopolítico, dado que el gobierno actual definió un camino muy sesgado, pegado al elegido por el gobierno norteamericano y en ese camino se encuentra en una llamativa soledad, muy lejos de sus aliados históricos y de aquellos con quienes se podrían edificar alianzas favorables para nuestro desarrollo.

Al optar por un híper occidentalismo arcaico y fuera de posibilidades de influir, asistimos pasivamente hacia dónde nos llevan decisiones que se toman fuera de nuestro país sin ningún ámbito de participación, quedando al margen de elegir nuestro destino.

En el mundo actual los Estados no deciden por sí solos el lugar donde quieren estar, la multipolaridad se impone. No se elige por empatías ideológicas o históricas, las decisiones políticas deben estar guiadas solo por el interés nacional y para ello se debe estudiar muy bien la realidad internacional, los movimientos ecuménicos y las luchas internas.

En ese orden de ideas, sabemos que los Imperios como dijo Tucídides tienen un tiempo de vida y luego son sucedidos por otro imperio que lo vence y que se queda con el poder hasta ser nuevamente reemplazado.