
Tal vez era apenas una cuestión de saber sumar y restar. Si un presidente envía al Senado dos candidatos para integrar la Corte Suprema, debería considerar cuáles son las chances reales de que sean respaldados por los dos tercios del cuerpo, como manda la Constitución. Si durante largos meses el Senado se resiste a cumplir su deseo, como ocurrió tantas veces, debería retirar los pliegos. Si, de todas maneras, quiere insistir con la idea, debería esforzarse en construir una alianza sólida, primero con los integrantes de su propia fuerza –su vice, por ejemplo- y luego con la mayor cantidad de legisladores posibles. Pero si nada de eso ocurre, debería abstenerse de provocar al Senado designándolos por decreto.
Cada una de estas ideas elementales fue desechada por el presidente Javier Milei en el recorrido que hizo hasta recibir una derrota humillante en el Senado el jueves pasado. Envió la propuesta de dos nombres polémicos, sin establecer ninguna negociación con la oposición. No retiró los pliegos. En el camino, rompió con la vicepresidenta y con el PRO: sin esas rupturas el desastre no habría ocurrido. Cuando todo se complicaba, decidió designar, por primera vez en la historia, a dos jueces de la Corte en comisión, por decreto.
Una de las ventajas que tienen las personas que buscan tenazmente un límite es que, finalmente, tarde o temprano, encuentran eso que buscaban. El rechazo a las nominaciones de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla es una confirmación de esa regla.
Solo quienes están dentro del “triángulo de hierro” pueden saber exactamente por qué hicieron lo que hicieron. Pero, desde afuera, es posible deducir que Milei ha caído en una trampa que habitualmente atrapa a tantos jefes de Estado, sobre todo cuando les va bien: consideran que su voluntad es tan fuerte, tan poderosa, que compensa, o incluso supera, las leyes habituales de la física. Esa sensación de infalibilidad no lo nubla solo a él. Basta mirar lo que empieza a ocurrir en el mundo con las ideas geniales del presidente norteamericano Donald Trump, de quien Milei presume de ser amigo. ¿Qué pensaría Trump? ¿Qué le subía los aranceles a China, se iba a jugar al golf y el mundo se acomodaba a sus deseos? Bueno, a veces las cosas no suceden de esa manera.
El problema de Milei se agrava porque el Gobierno enfrenta en estas semanas serias dificultades. Si su cabeza –la suya, la de su hermana, la de su estratega político— funciona como en el proceso que terminó con el rechazo de los pliegos, corre riesgos de acercarse hacia un abismo de una profundidad imposible de calcular a priori. El Banco Central ha perdido USD 8 mil millones de reservas desde el 2 de enero. Ese drenaje se aceleró en las últimas 3 semanas, cuando se fueron 3000 millones más. El riesgo país, que debería estar en 400 puntos, ya supera los 900. Los números negativos del balance de cuenta corriente se disparan a medida que se profundiza el atraso cambiario y eso, a su vez, amenaza con acelerar el proceso. Esta semana se conocerá que la inflación creció por segundo mes consecutivo. Para colmo, la guerra comercial desatada por Trump es un incentivo fabuloso para que los capitales huyan de plazas inseguras, como la Argentina.
La magnitud del problema se agrava por la manera en que reacciona el Gobierno. Desde principios de marzo, ha anunciado la inminencia de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que no está cerrado por diferencias entre los miembros del directorio acerca de montos, ritmo de desembolso, condicionamientos. En las múltiples declaraciones que hicieron, los distintos funcionarios difundieron cifras contradictorias entre sí y, en ningún momento, aseguraron la continuidad de este esquema cambiario. Cada vez que hablaban, la corrida se aceleraba. “Hablar del tipo de cambio es irrelevante”, llegó a decir el presidente Milei. El ministro de Economía, Luis Caputo, dijo que el dólar bajaría en los próximos meses, cuando para la inmensa mayoría de los economistas ese es exactamente el problema: el dólar bajo.
Todo empeoró esta semana. Ante la inminencia de los anuncios proteccionistas de Donald Trump –y el apuro por cerrar un acuerdo salvador con el Fondo-, Javier Milei decidió sobreactuar, con ese estilo tan suyo, su vínculo con el norteamericano. Primero celebró que a los productos argentinos “solo” les aplicaran un 10 por ciento de aranceles. Sus posteos iban acompañados por la canción “Friends will be friends”. La imposición de un arancel del diez por ciento a todos los productos de un país no es un gesto amistoso sino todo lo contrario. Además, el mismo arancel se aplicó a productos de muchos otros países como el Brasil de Lula, el Chile de Boric o la Colombia de Petro. Luego, Milei celebró que The New York Times contara que él era el presidente preferido de Trump y que lo había logrado gracias a sus denodados esfuerzos por halagarlo.

Milei
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La carroza se convirtió en calabaza en la noche del jueves, minutos después del desastre del Senado. Milei había viajado a los Estados Unidos para encontrarse con Donald Trump pero no hubo tiempo para la foto. Milei posó con los asistentes a la velada en Mar-a-lago –los dedos pulgares señalándose a sí mismo, la frente inclinada, la mirada con ese aire al protagonista de La Naranja Mecánica- junto a los presentes que tomaban imágenes de ese argentino llamativo. En esas horas, los líderes del mundo realizaban interconsultas para enfrentar el desafío trumpista. Sería un buen momento, por ejemplo, para articular una política común con Brasil. Pero Milei no habla con Lula porque cree que es comunista. En cambio, se alinea con Trump y recibe un desaire.
Por momentos, además, parece que la magnitud de los problemas supera ampliamente la jerarquía de las personas que deberían resolverlos. Ya son varios meses en los que se acumulan los pasos en falso, que el Gobierno siempre presenta como triunfos indiscutibles: el discurso homofóbico de Davos, el decreto de nombramiento de los jueces de la Corte, las intervenciones de Santiago Caputo durante una recordada entrevista y en la apertura de Sesiones, la represión a marcha de jubilados donde fueron heridos periodistas y detenidas cientos de personas que no habían hecho nada, la participación voluntaria del Presidente en una estafa de dimensiones internacionales, la ruptura con todos los sectores de la política que no obedezcan ciegamente, Villarruel, Macri, Marra, entre tantos otros. La seguidilla incorporó esta semana a los veteranos de Malvinas, a quienes el aparato oficial les impidió acercarse al acto donde el Presidente coqueteó con la idea de que sean los malvinenses -así los llamó- quienes decidan a quién les pertenecen las islas.
Los problemas que enfrenta el gobierno nacional son recurrentes. No fueron creados por Javier Milei. Pero durante el último año decenas de muy destacados economistas advirtieron una y otra vez que el enfoque cambiario encerraría al Gobierno en una ratonera. No será sencillo encontrarle la vuelta. Si el actual esquema continúa, los efectos en fuga de reservas se acentuarán y no hay mucho margen. Pero abandonarlo es una operación sofisticada y riesgosa: habrá más inflación, más problemas electorales, pero –sobre todo- nada asegura que sea un éxito.
La reacción estereotipada de Milei consistió siempre en alardear con que los demás no la ven, y con que él gana siempre: cuando gana porque gana, cuando pierde porque se produce un efecto revelación y el pueblo ve, una vez más, quiénes son sus enemigos. O, en repetir, como un mantra, que todo se arreglará porque “no hay pesos”. O en divulgar memes donde Milei es un emperador, o en acumular premios muy relevantes como “El león de la libertad” o “El embajador de la luz”. O en denunciar conspiraciones extrañas, golpes parlamentarios o enemigos diversos.
Algunos elementos sugieren que ahora esas respuestas pueden no ser suficientes.
Tal vez sea, apenas, una cuestión de sumar y restar.
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