
La universidad pública argentina está en jaque. Mientras se destinan millones a aviones de guerra, el gobierno nacional ha decidido desfinanciar un pilar esencial de nuestra sociedad. Este ataque no solo amenaza el presente, sino que hipoteca el futuro de toda la nación.
Es sabido que las universidades públicas de la Argentina gozan de un prestigio académico internacional, y que la UBA en particular es reconocida por los rankings más prestigiosos como una de las mejores del mundo. Aun así, hoy enfrentan un panorama sombrío: un presupuesto insuficiente que no alcanza ni para mantener las infraestructuras, ni para garantizar las becas para estudiantes, mientras que los salarios de los profesores y trabajadores no docentes se desploman -ya han perdido más del 50% de su poder adquisitivo-. Estos profesionales, que deberían ser los guardianes del futuro, hoy luchan por llegar a fin de mes.
Cada profesor que abandona su vocación, cada estudiante que no puede continuar sus estudios por falta de recursos, es un golpe directo al progreso del país. Sin embargo, mientras las aulas se vacían, el Gobierno decide que sí hay plata, mucha plata, una cantidad tan desmesurada de plata que ni siquiera permiten auditar, cifras siderales destinadas a inteligencia para vigilar las protestas sociales.
¿Qué país tiene más futuro? ¿Uno que invierte en espiar a los ciudadanos o uno que invierte en educarlos?
No podemos mirar para otro lado frente a esta injusticia. Las universidades públicas de todo el país son el principal motor del ascenso social de millones de argentinos. No hay mayor libertad que la que da el derecho a progresar.
Y es evidente que el gobierno nacional le teme a la verdadera libertad, la que permite pensar y cuestionar. Por eso, no se trata de un error, sino de una decisión premeditada y cruel. La educación está siendo desmantelada con la precisión de un Rottweiler adiestrado para arrancar sueños. Es inaceptable que sigan asfixiando al sistema educativo.
En las universidades públicas no hay motosierras, hay libros; no hay fake news, hay conocimiento; no hay trolls, hay estudiantes.
Por todas estas razones, Sr. Presidente, vamos a reclamar una y otra vez, siempre con las aulas abiertas, siempre con los estudiantes en las clases, siempre con los profesores trabajando y los científicos investigando.
Pero permítame, Sr. Presidente, que le precise la idea: vamos a defender a la educación pública, gratuita y de calidad con nuestra máxima energía, esa misma que usted vio desplegada en las dos marchas multitudinarias a lo largo y lo ancho del país.
Lo haremos por nosotros y por los que vendrán. Lo haremos porque sin educación, no hay futuro.
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