En las circunstancias actuales, cabe la preguntarse si el poder se construye, es inherente al carisma de una persona, lo hace un grupo de personas, o lo delega el pueblo.
Una cosa parece ser clara, en la sociedad animal y en la humana ancestral, siempre hay un sujeto dominante en torno a quien se constituye y se ordena un grupo humano. La lucha por el dominio y por la imposición de grupos antagónicos ha sido la constante en la historia de la humanidad.
En la antigüedad los hombres, una vez que consolidaban su liderazgo, buscaban sustentar su poder en un designio divino. Podemos citar el caso de los Faraones en Egipto, de Moisés, los Jueces, y los Reyes de Israel; y el de los Emperadores Romanos que se consideraban a sí mismos como dioses a los cuales el pueblo debía rendirles culto.
Los reyes cristianos, a partir de Carlomagno recibían la coronación del Papa, que por ser Vicario de Cristo tenía soberanía sobre los temas temporales que delegaba en los reyes. Por eso el castigo más temido era la excomunión, ya que al perder la bendición del Papa se terminaba su poder, y el pueblo no le debía más obediencia al rey. Con la Revolución Francesa el poder lo reclamó el Pueblo, la experiencia fue caótica y terminó en el Imperio de Napoleón. La Democracia ha evolucionado y es creíble en los países donde se ha respetado su ejercicio, y su Constitución.
Ya no es posible legitimar el poder por un mandato divino, ni por la verborragia de promesas, no resulta tentador en este año electoral agitar fantasmas de uno y otro lado para obligar al electorado a decidir si blanco o negro, será necesario, presentar un horizonte que nos entusiasme alcanzar, y una ejemplaridad de liderazgo que sea capaz de aglutinar y devolver la esperanza de que el poder es algo sano, benéfico y necesario cuando está bien usado. Pareciera que en un año electoral, algunas de las desorientadas fuerzas políticas en vez de proponer ideas y matices, quieren esconderse detrás de piedrazos y patotas.
También el Gobierno debería comprender que se puede estar de acuerdo con su rumbo económico y disentir con otras decisiones que toma, y que no debería encapricharse en sostener.
Cuando los políticos colaboran para resolver urgencias graves, como las inundaciones en Bahía Blanca, muestran su mejor rostro: trabajar para resolver los problemas urgentes y concretos de los argentinos, dejando de lado –aunque más no sea por un momento- el gallinero mediático. En estos días también el pueblo argentino demostró tener un corazón compasivo, ese que se conmueve y quiere ayudar y dar lo que puede para paliar el dolor ajeno.
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