
Jin Zhuanglong era el ministro de Tecnología de China. Un hombre clave en el desarrollo de la inteligencia artificial, los semiconductores y la industria aeroespacial, alguien con acceso directo al corazón del poder en Beijing. Y un día, simplemente dejó de aparecer. No estuvo en reuniones estratégicas con el Consejo de Estado, no se presentó en los encuentros donde se discutía el crecimiento económico, no hubo rastro de él en las fotografías oficiales. Desapareció.
Durante dos meses, su ausencia era un vacío incómodo que nadie mencionaba, hasta que, finalmente, se confirmó lo que ya todos sospechaban: fue destituido este viernes. Su reemplazo fue anunciado sin explicaciones. No hubo declaraciones sobre su paradero, no hubo discursos sobre su legado, solo el eco de su desaparición. Xi Jinping lo había borrado.
No es la primera vez que sucede. Durante años, la lógica del poder en China siguió un patrón de apariciones y desapariciones que parece sacado de un truco de magia. Los enemigos percibidos, los funcionarios que caen en desgracia o los que simplemente se vuelven incómodos, desaparecen. Algunos vuelven, otros no. Jack Ma, el magnate de Alibaba, desapareció de la vida pública después de criticar al gobierno y reapareció meses después, con un perfil mucho más bajo y sin la arrogancia de quien había sido el hombre más rico de China. El ex ministro de Defensa, Li Shangfu, también desapareció sin explicaciones, al igual que su predecesor. Se esfuman de un día para el otro, sin que nadie se atreva a preguntar.
Esta táctica no es nueva. Deng Xiaoping, el arquitecto de la modernización china, pasó por lo mismo. En los años setenta, cuando aún no había consolidado su poder, fue purgado y desapareció del escenario político. Pero reapareció cuando el viento cambió a su favor y se convirtió en el líder supremo de China. No solo sobrevivió, sino que terminó reescribiendo el destino del país. Su caso es un recordatorio de que las desapariciones en China no siempre son definitivas. Hay quienes desaparecen y jamás vuelven, pero hay otros que resucitan cuando la situación lo permite.
El método chino no es exactamente el mismo que usaban los regímenes comunistas clásicos. En la Unión Soviética de Stalin, la desaparición era definitiva. Los condenados eran ejecutados y se los borraba de la historia. Fotografías editadas, nombres eliminados de los registros, existencia revocada. Orwell lo describió en 1984: la reescritura del pasado para ajustarlo a la narrativa del presente. China perfeccionó este método. No siempre mata, no siempre borra, pero suspende la existencia de un individuo hasta que sea conveniente traerlo de vuelta, o hasta que el olvido haga su trabajo.
La desaparición de Jin Zhuanglong es solo la última confirmación de que este mecanismo sigue en funcionamiento. Durante un tiempo, pareció que China había abandonado las desapariciones políticas de alto perfil. La reaparición de Jack Ma indicaba que tal vez el gobierno optaba por un modelo más predecible, más institucionalizado. Pero la destitución de Jin demuestra que la incertidumbre sigue siendo un arma de control. Xi Jinping tiene el poder de hacer desaparecer a quienes lo incomodan y traerlos de vuelta si los necesita. Es un recordatorio de que en China, el poder se ejerce con la capacidad de hacer que una persona exista o deje de existir, como si nunca hubiera estado allí.
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