Fue en el siglo pasado, no hace tanto, cuando Mao Zedong devolvió a China a la Historia y el Mahatma Gandhi liberó a la India de la opresión colonial británica. Hoy, ambos países son potencias mundiales, en tanto que Occidente pareciera no entender su nuevo lugar en un contexto donde dejó de representar el imperio y el poder.
En este, su segundo gobierno, Donald Trump desnuda su actitud defensiva, agrede a los espacios que todavía están al alcance de su omnipotencia en lo que constituye una lamentable manera de no asumir la compleja debilidad que los transita. Entre nosotros, Milei ejerce un obsecuente seguidismo de las agresiones del imperio debilitado.
Hay dos maneras de llamar la atención, una es mediante el talento; la otra, más común, con la provocación y el desatino, dos formas de la irracionalidad. La memoria de los que vivimos esa época recuerda que la inseguridad nació junto con -y como consecuencia de- la multiplicidad de bancos y financieras que acompañaron los desvaríos de Martínez de Hoz durante la Dictadura cívico-militar del 76.
La esencia de la inseguridad se asienta en la desintegración social, esa que desnudaba el cine italiano de posguerra –Roberto Rossellini, Vittorio De Sica, el Visconti de Rocco y sus hermanos- hoy carece de importancia en la integrada Europa.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el milagro europeo consistió en la superación de los sangrientos conflictos hasta que se logró la gestación de su propia moneda. Y lo hicieron unidos. Algunos de esos países tienen partidos conservadores o, lo que es más lógico, poseen, de sobra, identidad cultural para conservar. Nosotros seguimos llamando la atención al confundir libertad con extravío, achicamiento del Estado con imperio desmedido de la riqueza.
Cuando Martínez de Hoz generaba la fractura social y el endeudamiento, iniciaba un ciclo de decadencia que sería continuado, como ya hemos dicho, por la mayoría de los gobiernos democráticos. Hoy, se encuentra en su apogeo con el gobierno de La Libertad Avanza, fuertemente consolidado por la complicidad del PRO, del radicalismo, de cierto peronismo. Nadie asoma la cabeza para protestar por nada, ni por lo más ominoso de lo que es capaz la administración Milei.
El espejismo del brote verde, de la salida del túnel, del rebote, tiene un final poco feliz, el crecimiento de la deuda y la miseria. Los oficialismos mediáticos se obsesionan con la inseguridad en la provincia de Buenos Aires como si ellos no tuvieran responsabilidad alguna en semejante dolorosa realidad.
El kirchnerismo, mientras siga vigente, servirá con su peculiar estilo de espantar votos, de sostén a la demencia actual. Claro que el Gobierno, en su desmesura y cebado por dudosos apoyos de toda índole, continúa agrediendo más allá del mismo sentido de sus descabelladas propuestas.

Haber detenido la inflación es un logro respetable, claro que hacerlo al costo de la baja del consumo de alimentos es de una indiscutible inmoralidad. O ¿de dónde venimos?, ¿qué pasó cuando Milei asumió?, ¿qué tremebunda inflación generó la devaluación de entonces?, ¿qué precios inauditos estamos pagando hoy día, sin consonancia alguna con los salarios cuyos aumentos, curiosamente para la falaz ideología no intervencionista que Milei, Caputo y Sturzenegger sostienen, frenan o impiden.
Duele ver la esperanza de los inocentes que eligieron la locura para huir del hartazgo de los falsos revolucionarios. Duele e indigna la persistencia en el apoyo por parte de las clases acomodadas, sin inocencia alguna y con mucho conocimiento del rédito personal, que en su individualismo feroz contribuyen a la destrucción de una nación, ya aislada de organismos internacionales indispensables para la tan cacareada inserción en el mundo.
A modo de ejemplo, la OMS, y vendrán muchos más, según lo dictamine el modelo de Trump, Elon Musk y Robert Kennedy Jr., entre otros, para ganar, de una vez por todas, la “batalla cultural” que los desvela. Y también genera rebeldía la profusión de mediocridad acompañada de un amedrentamiento indiscriminado y de una timorata, asustadiza, acomodaticia ausencia de respuesta opositora.
Los logros prometidos serán solo daños que sufriremos todos. Su único valor consistirá en una posible conversión en aprendizaje para una generación de jóvenes militantes de diferentes corrientes, pero en un Frente común, que vuelva a soñar un país como destino colectivo con ellos como estadistas -no como títeres o fans adolescentes de admirados líderes foráneos- a la cabeza.
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