
Confieso que de pequeño era hincha fanático de los Reyes Magos. Pese al color rojo que ostenta, y a ser hincha de Independiente, poco me vinculó con el barbado Noel. No señor. El tiempo ha afianzado esa intuición infantil. Sólo que ahora puedo darle razones a esa intensa admiración.
Son, quizás, los únicos soberanos que despiertan una justificada devoción de parte de sus súbditos. Majestades de un territorio equivalente a un viaje sin tiempo, con el único propósito de homenajear un niño. “¿Puede haber más alto cometido en las metas de nuestra frágil humanidad?”
Su itinerario, reiniciado con obstinación cada enero, nos transporta al reconocimiento de la llegada de la esperanza por sobre la frustración y el abatimiento.
¿Hace falta ser un fiel creyente para adherir a su ritual procesión anual de homenajear a un chiquillo? En modo alguno, si no pertenecemos a la grey cristiana, sí integramos el multitudinario grupo de padres que aman a sus hijos. Esa condición debería ser suficiente.
En su admiración al pequeño Cristo está el claro mensaje del cariño a la niñez, que no es otra cosa que al futuro de la humanidad toda. Es, en cierto modo, un ofrenda a nosotros todos. Pero además y más allá de los regalos fortuitos que aparecen a la vera de los calzados, nos dejaron otro legado.
“Reyes, es compartir el más simple e inmenso secreto de la adultez para preservar la inocencia y la fantasía infantil.” Atributos que escasean en estos tiempos y que nos alejan de nuestros hijos, a veces, dramáticamente. Ellos han compartido con nosotros la increíble tarea de mantener viva la magia de la niñez. Al alcanzarles el agua, pasto y arena para su mágico viaje les estamos devolviendo un poco de la trascendental tarea de hacer feliz a nuestros hijos, sobrinos y nietos.
¿Qué es una fábula? ¿Qué pertenece al terreno de la superstición? ¿Qué son sólo una leyenda? Es posible, pero los invito a imaginar un mundo donde todo tuviera una explicación racional, un argumento serio y una demostración científica. Ese mundo, difícilmente podría contener la pasión y el amor de una persona por otra, y por ende del deseo íntimo e incontenible de disfrutar de nuestros propios hijos, las nuevas generaciones.
Mientras tanto, perviven. Deambulan detrás de una estrella y nos indican un norte. Bastante más simple que los discursos y las palabras. “Conservar la ilusión intacta de un mundo mejor, destinar momentos para las quimeras infantiles, no romper los sueños ni los anhelos.” Volver a creer junto con los más pequeños que aún tenemos un futuro digno de ser vivido y disfrutado.
En definitiva, nos han dicho, durante siglos, que Reyes somos todos.
Siempre que queramos serlo.
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