
Los precios relativos no son el único condicionante de la asignación de recursos, ya que buena parte de las capacidades personales está dedicada a delinear, disputar y confirmar derechos de propiedad.
Debido a los costos de transacción, la productividad marginal no es una variable exclusivamente técnica; también inciden las obstrucciones, arbitrariedades y la confianza que las partes merecen. Como consecuencia, a iguales tareas corresponden retribuciones muy diferentes bajo coordinaciones desiguales, contradiciendo nociones básicas de la teoría económica tradicional.
Ahí se encuentran los agudos contrastes patrimoniales denunciados: por un lado, la prosperidad de las naciones que cultivan el buen trato a su gente; y por otro, los países dominados por ignorancia, ideologías confusas y líderes que expropian, explotan y castigan a sus pueblos.
Bajo esta perspectiva, la riqueza es el resultado de las conexiones armónicas en cada sociedad. El valor de los patrimonios individuales depende de los derechos reconocidos y las conductas esperadas. Y no se genera únicamente en fábricas, campos y comercios.
Los maestros que educan, los policías, jueces y médicos que protegen vidas, los legisladores y burócratas que organizan actividades, y las familias que cultivan felicidad entre sus miembros, todos contribuyen al resultado.
En oposición a la visión neoclásica, los individuos no determinan la mayoría de sus opciones ni logros de forma aislada; el entorno tiene una incidencia crucial. Si esta interpretación es acertada, podría ayudar a comprender mejor los problemas.
El último informe del FMI de perspectivas de la economía mundial (WEO) publica el PBI por habitante de 200 países. A pesar de la amplia difusión universal de la ciencia económica, los ingresos promedio por año varían de forma drástica: desde USD 320 de Burundi hasta USD 135.000 de Luxemburgo. Es evidente que la eficiencia de los factores productivos difiere porque la divergencia central radica en la organización social. Sin embargo, la organización no es un bien transable; es única para cada país.
¿Cuáles son las diferencias principales?
Corregir errores, aprender y descubrir reglas más competitivas resulta esencial. Importa el resultado solo si existe competencia. Como sostiene Thomas Sowell: “Es difícil imaginar decisiones más absurdas o peligrosas que las de personas que no pagan el precio por equivocarse”.
Las mejores reglas limitan errores, distorsiones y volatilidades. Lo más perjudicial ocurre cuando quienes toman decisiones se benefician de los perjuicios que causan, un fenómeno que denominamos corrupción.
Sin embargo, la ONG Transparencia Internacional define corrupción exclusivamente como el pago de sobornos para obtener ventajas. En nuestro enfoque, no es el soborno lo que constituye corrupción, sino el incumplimiento de la regla principal, generando ineficiencias productivas.
En las naciones avanzadas de Europa no son comunes los sobornos, aunque su eficiencia puede ser menor comparada con la de Estados Unidos.
Reglas, arreglos, consensos: deben ser iguales para todos. La corrupción surge cuando alguien elude las normas, lo que implica que estas no se aplican a todos. Diseñar arreglos que garanticen seguridad informativa reduce los errores. Los especialistas contribuyen a disminuir la dispersión de la información y las entidades privadas suelen asumir mayores costos por errores, lo que las obliga a ser más estables, precisas y productivas.
Los lenguajes transmiten mejores conocimientos cuanto más estables son sus significados. La moneda, como lenguaje del comercio, se ve afectada por la inflación, que genera incertidumbre al alterar las valuaciones.
Perspectivas para la Argentina
Resultan impactantes las alteraciones en los ingresos por habitante entre Argentina y los países avanzados. En 1980, el argentino promedio era del 80% del ingreso promedio de los países avanzados, pero para 2024 cayó al 25 por ciento.
Al comparar con Uruguay, cuya proximidad y similitudes culturales son notables, el contraste es significativo. En 1980, el PBI per cápita de Uruguay era la mitad del argentino, pero en 2024 esa relación invirtió a USD 22.600 en el país vecino, mientras que el local apenas llegó a USD 13.500. Uruguay mantuvo estable su relación de ingresos respecto a los países avanzados, con un promedio del 27,5% durante 44 años.
Proyectando al futuro, si Uruguay creciera a una tasa anual acumulativa del 2%, Argentina necesitaría crecer al 5% anual acumulativo para alcanzarlo recién en 2043, logrando un PBI per cápita de USD 32.000 actuales.
Serían necesarios 20 años de extraordinario dinamismo para recuperar el tiempo perdido y aproximarse a los logros de nuestro vecino. Esto representa un desafío formidable como el que planteó el presidente Milei en su Mensaje en cadena nacional al cumplir un año en la gestión.
Para afrontarlo, los argentinos deberían aceptar el reto de alinearse con las naciones relativamente avanzadas, aunque aún distantes de las más destacadas. El desafío para Javier Milei radica, entonces, en eliminar trabas redundantes en todas las actividades, incluidas las exportaciones agropecuarias, mineras, el comercio exterior, los servicios, los gastos y las empresas estatales, mientras se consolidas el equilibrio fiscal y se evita la emisión de pesos indeseados.
El auto es director de BG Consulting
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