
El concepto de colaboración se ha popularizado en diversos ámbitos. Sin embargo, en el campo de la educación, adopta un enfoque específico, donde se busca que los alumnos trabajen en pequeños grupos para realizar actividades o tareas en las que todos puedan aportar y participar. El objetivo es aprender nuevos conceptos, desarrollar habilidades, completar tareas o resolver problemas. La dinámica en el aula puede variar: la actividad puede ser compartida o fragmentarse en partes separadas, pero lo esencial es que los alumnos contribuyan a un resultado común.
Este enfoque promueve la interacción, el involucramiento activo, y la participación en la construcción del conocimiento, fomentando la cooperación entre los miembros del grupo. Además, incentiva a los estudiantes a articular y formular sus puntos de vista, escuchar a los demás, así como también compartir conocimientos y habilidades.
Este modelo no se define necesariamente por el uso de herramientas tecnológicas. La clave es que los alumnos trabajen en conjunto para aprender unos de otros y que haya un trabajo activo en el que se procesan y sintetizan conceptos e información, a través de actividades prácticas. En esencia, se pone el foco en la construcción del consenso a través de la cooperación, en un marco de respeto y en que se valoran las capacidades y contribuciones de cada alumno.
Por supuesto, este tipo de propuestas deben estar bien estructuradas y diseñadas, con objetivos educativos claros, reglas de participación, metas grupales y responsabilidades compartidas. También es importante que se les proporcione a los grupos recursos relevantes para que trabajen. Cuando se dan estas condiciones, esta clase de experiencias educativas presentan una serie de ventajas, como el desarrollo de habilidades de comunicación oral, de autogestión, de pensamiento crítico y de trabajo en equipo. También exponen a los alumnos a perspectivas diversas y promueven la inclusión. Además, se estima que habilitan una comprensión más profunda de los temas estudiados y facilitan una mayor retención del conocimiento.
En la práctica esta forma de aprendizaje puede traducirse en investigaciones en equipo, grupos de debate o discusión, grupos de estudio o proyectos grupales.
En realidad, la educación colaborativa no es un enfoque nuevo. Pero su auge actual no puede dejar de vincularse con los nuevos paradigmas que ganan terreno en el mundo laboral, como el del trabajo colaborativo.
Sin embargo, trabajar con estas dinámicas no es siempre "color de rosa": puede suceder que algunos estudiantes se comprometan más que otros, que la participación sea desigual o que los alumnos más retraídos o tímidos tengan dificultades para hacerse escuchar. Por ello, es crucial que los docentes guíen el proceso, estimulando a los estudiantes, aunque siempre apostando por un encuadre horizontal donde cada grupo logre autogestionarse en base a normas y objetivos establecidos.
Además, pueden surgir desavenencias entre los miembros de los grupos. No obstante, esta es otra oportunidad que brinda este enfoque, al ofrecer situaciones prácticas para aprender a manejar los desacuerdos. Por eso, es clave que los docentes que opten por este tipo de propuestas tengan habilidades para resolver conflictos y cuenten con formación en dinámicas grupales.
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