
Todos los días aparecen comentarios referidos al lenguaje esgrimido por el presidente Milei para calificar a los que discrepan o cuestionan sus políticas. Se repite incluso que ese tipo de lenguaje calificado de “peligroso” dada la investidura de quien lo utiliza debilita las instituciones, atiza la violencia y no colabora a combatir la grieta política que divide a los argentinos desde hace algunas décadas. Con el mismo propósito han aparecido programas periodísticos dedicados especialmente a esta problemática reivindicando un rol conciliador incluso conmovedor para demandar un cambio de actitud para refutar las críticas.
Los insultos tan frecuentes en el lenguaje de esta época tienen el propósito de ofender y vilipendiar las opiniones de la persona a los cuales van dirigidos generando un clima de nerviosidad y estupor. Muchos sostienen haciendo uso de manuales de psicología que los insultos denotarían intolerancia, un carácter fácil de soliviantar ante los menores contratiempos y falta de madurez.
Los insultos también tienen un carácter subjetivo. Algunos, de tanto formar parte del vocabulario diario, pierden el significado belicoso para convertirse en muletillas del diálogo. Otros afirman que los apodos como hambreador, vendepatria, cipayo, nazi, genocida que se escuchan a diario desde algunos sectores militantes, y en especial en el Congreso de la Nación, tienen una valoración neutra no equiparable por ejemplo a “ensobrado”. Los primeros serían considerados más abstractos pertenecientes a la ciencia política a pesar de la desvalorización que comportan esos apelativos.
El escenario que provoca esas reacciones está relacionado con poner en duda, anunciar fracasos y prever la hecatombe de las políticas oficiales para eliminar el déficit, reducir la inflación, recomponer el equilibrio de la macro y restablecer la confianza de los mercados para fomentar la inversión y el empleo. Las críticas que son parte de la libertad de expresión constituyen un elemento esencial del funcionamiento de la democracia; deberían servir para la reflexión, combatir los excesos y colaborar en la transparencia de los actos de gobierno. Cuando taladran en forma incesante con el propósito de generar desconfianza, terminan siendo cuestionables al no poder distinguir si se trata de apreciaciones objetivas o de intereses concretos. Ese difícil equilibrio entre necesidad y abuso podría vincularse al mencionado sentimiento de infortunio que invade al Presidente ante la falta de comprensión sobre las intenciones en la implementación de las políticas de gobierno.
Los ataques de frustración o intolerancia son frecuentes en la etapa de la infancia donde se los conoce como “berrinches o rabietas”; son reacciones intempestivas o caprichosas frente a las dificultades para satisfacer algún deseo o conseguir la atención del interlocutor. La página de UNICEF aconseja a los mayores no responder a una rabieta con otra, intentar abrazar al causante para calmarlo y darle espacio y tiempo hasta que se le pase “manteniéndonos pacientes y disponibles en todo momento”.
Las recomendaciones de UNICEF pretenden evitar la confrontación porque podría originar otras crisis, persistir en los enojos y remachar con ceños enfadados que si bien pueden parecer simpáticos esconden inquina ante las dificultades para satisfacer los apetitos. El tiempo y la paciencia siempre colaboran en atemperar los malos momentos.
Las reacciones del presidente Milei ante los cuestionamientos, augurios de fracasos y apocalipsis responden a la caracterización de los berrinches efectuada por UNICEF. Si bien llaman a responder en un primer momento de la misma forma, se podría afirmar que las recomendaciones del organismo para tratarlas podrían desalentar su uso porque no lograrían la repercusión buscada por el autor. Quizás sea más útil discutir las medidas de fondo que las formas a las que nos ha venido acostumbrando el primer mandatario.
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