
Cuando La Libertad Avanza hizo la campaña electoral que le permitió llegar al poder ocultó prolijamente que los verdaderos conceptos que iban a avanzar dramáticamente eran los de la pobreza y la indigencia, como informó hace pocos días el INDEC.Esos conceptos, el 52,9% de pobreza y el 18,1% de indigencia, lejos de ser abstractos son bien concretos: más de la mitad de los argentinos sufren cada día por no poder llegar a fin de mes en condiciones dignas, y a casi un quinto; es decir, dos de cada diez de nuestros compatriotas no les alcanza la plata para comer.
Mientras tanto, la pobreza en nuestros países vecinos Uruguay, Chile, Paraguay, Brasil se encuentra por debajo de los 30 puntos. La pobreza, que hasta principios de los ´80 no era una característica central de nuestro país, ha crecido sostenidamente en los últimos 40 años, en los que hemos probado distintas recetas: la socialdemocracia alfonsinista, el neoliberalismo menemista, el populismo kirchnerista, la experiencia fallida de Cambiemos (a la que al menos se le debería reconocer que hacia el segundo semestre de 2017 la pobreza era del 25,7%, casi la mitad de la actual), el descontrol del cuarto gobierno kirchnerista, y la actual gestión de ultraderecha liberal libertaria inédita en el mundo.
Es evidente que la grieta que venimos arrastrando en las últimas décadas, acentuada en los últimos años, se ha transformado en una fábrica de pobres e indigentes, determinando en forma sistemática una peor situación socioeconómica que parece no tener piso. Es la principal deuda que la clase dirigente, de izquierda a derecha, tiene con la sociedad argentina: alcanzar acuerdos básicos, intocables, de probada efectividad en otros países de la región, que constituyan la base sobre la que se elaborarán las políticas públicas del gobierno de turno, garantizando que el Estado, gobierne quien gobierne, podrá articular y ser garante de cuestiones mínimas que permitan que dejemos de caer, y que lentamente podamos poner proa al progreso y el desarrollo sostenible, sin la promesa de soluciones mágicas, en forma realista.
En los últimos años, la izquierda nos fue empobreciendo de a poco, como a la rana que es hervida lentamente y cuando se da cuenta que la están cocinando ya es tarde: el caso venezolano da testimonio de esto. La derecha, en cambio, nos empobrece salvajemente de un plumazo, pidiéndonos que esperemos un tiempo indefinido a que las cosas mejoren ¿años, lustros, décadas?, mientras que nos juran que nos salvaron de algo mucho peor, ¿hay algo peor que lo que estamos viviendo?
Esperemos que el centro político, es decir la apuesta al diálogo y a los consensos, pueda crecer en las elecciones legislativas del año que viene, para poder desde el Congreso llamar a la racionalidad, e influir todo lo posible para que se pongan en marcha políticas de probada eficacia en la región, sin prejuicios ideológicos, dejando atrás la grieta de izquierda versus derecha, para poder alcanzar definitivamente la senda del crecimiento y desarrollo sostenible, sin hacer sufrir a la población con experimentos crueles de finales tristemente conocidos.
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