
Más de una vez los argentinos y su dirigencia política se propusieron cambios “fundacionales” -si se quiere, “revolucionarios”- que permitieran salir del marasmo de estancamiento en el que hemos estado por mucho tiempo.
Sin pretender comparar o asimilar unos y otros, debemos reconocer que los intentos por salir fueron reiterados y todos con un ánimo grandilocuente de cambiar de régimen para alcanzar un estadio superior, tanto en procesos democráticos (desde Frondizi, al peronismo, el alfonsinismo, el kirchnerismo) como a través de los golpes militares del pasado (la “Revolución Argentina” en los ‘60, el “proceso de Reorganización Nacional” en los ‘70, para no mencionar los golpes del ‘30 y los del ‘40 que culminaron en Perón).
Hoy estamos nuevamente en la búsqueda del tiempo perdido, con el objeto de revivir glorias pasadas o quizás de acercarnos a una frontera económica, social y de desarrollo de la que nos fuimos alejando durante demasiado tiempo. Para lograrlo vamos a tener que hacer probablemente algo diferente a lo que hicimos en experiencias previas, y la administración del presidente Javier Milei ofrece un camino por el que nos asegura que “esta vez es diferente”. ¿Lo será?
Sin duda, hay muchos elementos del diagnóstico y del camino emprendido hasta aquí que muestran un cambio sensible respecto de las otras experiencias. Ello incluye múltiples dimensiones, pero para circunscribirse a lo económico, los principios de equilibrio fiscal global y recuperación de la estabilidad monetaria, junto con los de propiciar una economía más abierta y mejor regulada dan cuenta de un objetivo que solo hemos visto en aislados -y a veces fugaces- periodos de tiempo en el pasado. Si alguna vez los compartimos, pero falló y caímos, habrá que evitar que eso se repita.
Para ello quizás debamos recordar que:
- el país tiene una organización federal que requiere que las reglas fiscales y monetarias sean compartidas por todas las jurisdicciones con un nivel mínimo de consenso. Es probable que estemos subestimando el esfuerzo que esto significa. Y así como el equilibrio fiscal logrado a nivel del gobierno nacional no debería ser desafiado por desequilibrios relevantes de otras jurisdicciones, tampoco puede esperarse que las jurisdicciones subnacionales financien al Estado Nacional.
- Dar por sentados los consensos no es lo mismo que lograrlos, y puede ser el principio de diferencias que generen nuevos desequilibrios en materia fiscal y monetaria, haciendo inviable el sendero previsto.
- el camino hacia una economía abierta requiere facilitar la competencia en todos los mercados y proporcionar flexibilidad a los agentes económicos para adaptarse a los cambios. Ese proceso de re-regulación y eliminación de elementos friccionales en mercados de factores y productos no puede realizarse a medias, y quizás estemos todavía lejos del convencimiento de distintos actores políticos de la necesidad de estos cambios, lo que requiere un esfuerzo de negociación que involucra a los actores políticos, los agentes económicos y la población en general.

- En otros términos, para no fracasar en el intento quizás deberíamos probar con un mecanismo de negociación de estos cambios que -permitiendo el disenso- facilite un mayor convencimiento en los niveles más bajo de decisión (bottom up) en lugar de imponer cambios por decisiones del César (top bottom).
- Un sistema abierto y competitivo requiere de un buen funcionamiento del sistema judicial que impida decisiones tomadas con criterios discrecionales. Rusia no es un buen ejemplo para seguir. Y no son un buen ejemplo las decisiones discrecionales tomadas desde el Ejecutivo que son convalidadas por un poder judicial afín. La afinidad es la base de la discrecionalidad, difícilmente puede confundirse con la justicia.
¿Estamos en camino? El tiempo lo dirá. Mientras tanto, habrá que hacer los deberes en casa, es decir en cada empresa y en cada hogar.
El autor es director y Economista Jefe de FIEL. Esta nota fue publicada en Indicadores de Coyuntura 667 de FIEL
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