
El hecho de que se esté hablando en nuestro país de inversiones cuantiosas, de plazos que exceden ampliamente la crónica coyuntura, de la posibilidad de poner en valor ingentes recursos gasíferos que irremediablemente estaban destinados a quedar bajo tierra sin valor una vez finalizada la transición energética, indica que se comenzó a pensar en grande y a largo plazo sin directivas ni “ayuda del Estado”, porque el RIGI no da sino evita que el Estado saque.
Eso significa el proyecto de licuefacción de gas anunciado por uno de los grupos empresarios interesados en el tema, aunque haya trascendido por un hecho menor, la disputa política mediatizada entre las provincias de Rio Negro y Buenos Aires y el gobierno nacional.
Sin embargo, la introducción mediática de la contienda política en la selección de localización de las plantas de licuefacción para empezar a despachar gas natural licuado (GNL) desde el Atlántico Sur, le hizo bien al proyecto. La mediatización de la pelea política dio pie para divulgar la importancia y trascendencia de este proyecto que significa el inicio de una actividad exportadora acorde con nuestros recursos de gas no convencional o shale gas y de la capacidad de nuestra industria petrolera para producirlo económicamente. Eso es lo que realmente significa la decisión de un grupo de empresas privadas nacionales e internacionales de avanzar en el negocio mundial del GNL.
Vale aclarar que el GNL es el gas que usamos habitualmente en múltiples aplicaciones domésticas e industriales al que, por medio de un proceso de criogenado, se le baja la temperatura hasta 162 grados centígrados bajo cero para que pase a estado líquido. El GNL líquido tiene la ventaja de reducir el volumen de su fase gaseosa 600 veces, lo que permite transportarlo en buques especiales a cualquier parte del mundo.
Hasta ahora nuestro país se había limitado a abastecer de gas al exiguo mercado doméstico y en pequeña escala a algunos países vecinos, siempre transportado por gasoductos. Con la finalización de obras de la red de gas inconclusas del gobierno anterior y de las ampliaciones previstas en la capacidad del sistema de transporte, el mercado doméstico contará con un abastecimiento seguro a partir del próximo invierno y las importaciones que desde 2008 padecemos por malas políticas energética pasará a la historia.
En cuanto a la definición del lugar de emplazamiento de la planta de LNG, es necesario informar que, en proyectos privados se siguen procedimientos técnico-económicos harto conocidos, que incluyen el análisis y comparación de múltiples factores de localización. Con esos análisis se decide donde conviene instalar la planta o actividad. Lo del RIGI era una condición necesaria pero no suficiente ni excluyente.
Sería erróneo pensar que las pobres performances en la función pública de los gobernadores o una eventual recomendación presidencial hayan pesado en la definición adoptada por el grupo empresario. Es más, si esas especificaciones hubieran sido factores de localización decisivos, seguramente las empresas no habrían avanzado en el proyecto.
Esta iniciativa liderada por la asociación de YPF y la malaya Petronas está acompañada por otros proyectos de licuefacción, como los encarados por PAE y TGS, y marca el inicio de una nueva actividad para la industria petrolera argentina: incursionar por primera vez en el competitivo mercado mundial de GNL.
Cualquiera de estos proyectos pioneros en danza prevén un cronograma de incorporación de capacidad productiva que, de tener éxito, en 10 años la exportación de GNL permitiría ingresar divisa por unos USD 30.000 millones, comenzando a embarcar gas en 2027.
La planta o plantas de licuefacción, que al principio serán flotantes, son el último eslabón de la cadena que termina en el FOB Punta Colorada, en el golfo de San Matías, en de Río Negro. Esa cadena tiene origen en la actividad de producción en el upstream, en el yacimiento de Vaca Muerta, en Neuquén, donde habrá que invertir asociando empresas que operan en el lugar. El segundo eslabón son los gasoductos de más de 500 kilómetros que unirán sin interrupción a Vaca Muerta con la nueva planta.
Para finalizar, la localización decidida reúne todas las condiciones para un desarrollo ilimitado de la actividad de licuefacción y también de exportación de crudo. Por su amplitud de costas y por la profundidad del mar puede ampliar en el futuro las facilidades portuarias y recibir los buques metaneros de gran porte. Es decir, puede ser el hub para todo el GNL que seamos capaces de colocar en el mercado mundial.
En cambio, Bahía Blanca por las múltiples actividades que desarrolla en su puerto y las limitaciones de espacio y transito no reúne las condiciones para un desarrollo escalable a largo plazo ni para facilitar los niveles de producción y la logística del LNG requeridos por el competitivo mercado internacional, durante esa acotada ventana temporal que brinda la transición energética.
El autor es consejero académico en la Fundación Libertad y Progreso
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