
Se dice que los argentinos somos amigueros y es verdad, muchos de los que se van, extrañan esta costumbre tan nuestra de hacernos amigos fácilmente, de invitar a casa, de hacer un asado o compartir una cerveza, más cuando es sumamente difícil hacerse nuevos amigos cuando uno vive en otras latitudes. Ha subido la cotización de la amistad, se la debe cuidar y alimentar, porque es un puerto seguro entre tanta tormenta que nos trae la vida.
En el Medioevo vivió un santo poco conocido, San Elredo de Rieval. Escribió un tratado sobre la amistad actualizando a la luz del evangelio el “De Amicitia” de Cicerón.
En uno de sus párrafos dice:
“Entre las cosas humanas, nada más santo se puede desear. De modo que, entre los mortales, nadie puede sufrir el ser feliz careciendo de amigos. Y ay de aquel, que no tiene junto a sí, quién con él se alegre en las cosas felices, y se contriste en las tristes; el que carece de quien lo distraiga de todo lo que la mente concibe de molesto, o que, si algo fuera de lo común, sublime y luminosamente alcanza, no encuentre con quién compartirlo”.
“¡Ay del que está solo, porque si cae no tiene quien lo levante!”
El amigo es medicina de vida y creo que hoy en día nos viene bien que nos cure el amor de la amistad, tan necesitamos estamos de dar y recibir de esta medicina que alivia el peso del corazón y recrea nuestras ganas de seguir adelante.
Jesús también vivió las reglas de la amistad, pero eligió amar al más débil. No se resiente por faltas repetidas, por ser Dios, ha elegido no tener memoria de nuestros defectos, y perdonar siempre. Los hábitos de Jesús son bien conocidos. Es descendiente de reyes; pero busca el amor de gente común; no le gusta el aplauso de las multitudes, prefiere perder el tiempo en encuentros personales. Tiene el alma blanda, humilde y paciente:
“Ya no los llamo siervos, a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que aprendí de mi Padre” (Jn. 15,15)
Desde que Dios se hizo hombre, hemos accedido a esta nueva posibilidad: ser amigos de Dios; él lo ha querido primero y ha salido en nuestra búsqueda. Disfruto enormemente mis encuentros con amigos, pero mi amistad con Dios me permite no estar solo nunca. Vive adentro mío y basta que tenga un momento de calma para que me hable con su silencio. Otras veces lo encuentro en una mirada, o caminando por la calle, compartiendo un mate o en un paisaje. Es amigo que no agota, no necesita que lo etiquete o lo arrobe en las redes sociales y banca mis alejamientos. Me gusta compartirlo con los demás, por eso tengo muchos amigos que me regaló la Fe. En el libro del Eclesiastico se afirma: “Un amigo fiel no tiene precio, su valor es incalculable”. “Un amigo fiel es un refugio seguro, quien lo encuentra ha encontrado un tesoro” (Eclo. 6,14s). ¡Feliz día del amigo!
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