
Si bien, la lógica indicaría que ante dos o más circunstancias que pueden hacer peligrar la vida de una persona habría que encarar la atención en conjunto, muchas veces, los tratamientos son incompatibles entre sí, pues es necesario estabilizar al paciente primero para luego continuar con el resto de los síntomas.
En el caso de la economía, por un lado, están el alto nivel de pobreza, indigencia y pérdida del poder adquisitivo de los salarios, incluso en los empleos formales. Por el otro, tasas de inflación galopantes que llegarán al extremo de paralizar, en parte, la actividad económica pues nadie sabe a ciencia cierta cuál será el valor de reposición de sus productos una vez vendidos. Cada uno de estos “síntomas” tiene su prescripción probada y eficiente.
La resolución de la pobreza, en el corto plazo, ocurre con expansión monetaria, es decir, inyectando dinero para que llegue rápidamente a quienes menos tienen para luego, ir cambiando de modelo distributivo, del subsidio a la alimentación a la promoción del trabajo, y luego a la distribución de oportunidades para capacitación y desarrollo.
En el caso de la inflación, los programas de solvencia fiscal, es decir, reducir el gasto y tener superávit en las finanzas públicas, es un requisito mandatorio, además de disminuir la oferta de dinero o emisión monetaria.
Cuando no se vende los precios tienden a bajar
Ahora bien, cuando los precios que deben bajar son los de los bienes y servicios básicos la resolución pasa por la pobreza de los consumidores. Nos encontramos frente a un enfermo que tiene, al menos, dos enfermedades, y donde la cura de una depende del agravamiento de la otra y viceversa.
La pregunta que podemos hacerle a cualquier candidato a presidente debe ser, ¿cuál de las dos patologías atenderá primero? La respuesta es muy difícil.

Sin dudas, la inflación debería ser la más importante, pues afecta mayormente a quienes carecen de posibilidades para trasladar sus ingresos de acuerdo con los aumentos de precios, fundamentalmente, los asalariados. Sin embargo, el precio a pagar es muy alto.
Gran parte de la sociedad carece de resto o ingresos suficientes como para seguir asumiendo permanentes pérdidas de poder adquisitivo, en consecuencia, afectar el consumo de quienes menos tienen sólo llevaría a mayor pobreza e indigencia.
En el gráfico se puede observar una simplificación de los bienes que se ofrecen en la economía. Están dispuestos de afuera hacia adentro de acuerdo con el esfuerzo que representa su adquisición.

Si bien todos son deseables, los productos que se encuentran hacia el centro del gráfico son imprescindibles. Los primeros indicadores de una potencial crisis de consumo son las operaciones inmobiliarias. Los montos involucrados en relación con los ingresos en general representan para la mayoría de los compradores operaciones estratégicas que requieren ahorro y financiamiento.
La compra de automóviles también involucra grandes sumas de dinero. Observar la evolución en la venta de propiedades y vehículos es clave para identificar hacia dónde marcha la economía.
El siguiente anillo, el de la venta de electrodomésticos, es un indicador de mayor sensibilidad. Cuando la venta de este tipo de productos disminuye significa que el poder adquisitivo, en general, entra en un modo de subsistencia. Esta es la primera señal roja.
Cuando la caída en la demanda pasa a un siguiente nivel y afecta a la venta de indumentaria nos encontramos frente a mercados recesivos. Al igual que en el resto de los rubros, los consumidores pasan por el proceso de primeras a segundas marcas, es decir que, dentro del sector textil, la recesión se presenta como caída de ventas en shoppings y locales de marca con aumentos en lugares promocionales o de segunda selección.
Los alimentos, artículos de perfumería, limpieza o los productos y servicios referidos a la salud ocurre lo mismo. Los compradores cambian de primeras a segundas marcas, simplifican la gama de productos que emplean y adquieren medicamentos genéricos más baratos que los prescriptos tradicionalmente.

El centro del gráfico representa un punto en el que los consumidores, carentes en posibilidades de satisfacer sus necesidades mínimas y sumidos en la frustración que representa ser consciente de la pérdida de poder adquisitivo reaccionan con quejas, reclamos y, a veces, violencia.
En este análisis, buscar la resolución a la inflación de manera tradicional u ortodoxa podría desencadenar una crisis social de magnitud. Lo mismo sucede con la pobreza. Las facilidades que proporciona la expansión monetaria han dejado de ser efectivas al volverse crónicas y crecientes.
Ahora bien, afrontar el desafío de reducir inflación y pobreza al mismo tiempo demandará soluciones que combinen expansiones y retracciones sectorizadas. Algo que ni la economía de libre mercado ni la súper intervenida han podido resolver.
El autor es director en Fundación Iberoamericana de Telemedicina
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