
Hace 80 años quedaban sólo 50.000 judíos en el Gueto de Varsovia, dónde habían llegado a vivir más de 460.000. Muchos ya habían muerto por las inhumanas condiciones de vida impuestas por los nazis: hambre, hacinamiento, enfermedades, castigos extremos. Pero la mayoría, unos 300.000 en total, murieron deportados y asesinados en el campo de exterminio de Treblinka. El equivalente a un 5% de las víctimas del Holocausto.
Los números de la Shoá son impactantes. Las historias personales, también. Janusz Korchak, el famoso médico-pedagogo que había revolucionado las ideas sobre la educación infantil en Polonia, fue deportado a la muerte junto con todos los niños de su orfanato.
Emmanuel Ringelblum había logrado esconder todo el archivo que documentaba la vida cotidiana del del Gueto, realizado junto a periodistas, historiadores y activistas. Gracias a él, sabemos lo que ocurrió allí. Sobrevivió en la clandestinidad, pero fue asesinado por la Gestapo en 1944.
Y así, hay más historias, millones de historias. De protección, de contrabando, de rebeldía, de tradiciones, de estudio clandestino, de documentación falsa, de amores, de teatro, de ollas populares. Los judíos querían seguir viviendo, aun en las peores condiciones, cuando el régimen nazi que había conquistado Europa los sentenció a la muerte.
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Vivir era un acto de osadía. Sobrevivir, la esperanza que se apagaba día a día, mes tras mes, año tras año. Se estima que sólo uno de cada siete judíos de la Europa ocupada logró salvarse de la muerte. Los 6 millones de judíos asesinados comprendían un tercio de la judería mundial.
De las muchas formas de resistir, el pueblo judío eligió un evento para recordar a todas las víctimas. El 19 de abril de 1943, en vísperas de Pesaj, la Pascua judía, unos pocos jóvenes armados hicieron estallar la rebelión. El grupo más grande de combate, el ZOB, fue liderado por Mordejai Anielewicz, Antek Zuckerman, Tzivia Lubetkin y Marek Edelman mientras que el ZZW fue liderado por Pavel Frenkel. Hambrientos, sin experiencia en combate y con pocas armas, se enfrentaron al poderío militar nazi. La gesta duró casi un mes, su heroísmo vivió y vivirá por generaciones.
El himno partisano dice:
“Esta canción ha sido escrita con plomo y sangre;
no es el canto libre de un pájaro salvaje;
entre un desplomarse de muros resquebrajados;
le cantó un pueblo con armas en mano.”
Recordar la Shoá es también recordar a las personas y sus acciones, rehumanizarlas tras la nefasta deshumanización nazi. Esa es nuestra misión en el Museo del Holocausto de Buenos Aires, rendirles homenaje a través de esas historias, y la de tantos otros. Para que el aprendizaje del pasado nos ayude a construir un mundo mejor.
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