
La pregunta no es si esta crisis ya terminó, sino quién será el próximo en ser rescatado. O mejor aún, quién no será rescatado. ¿Será un fondo inmobiliario de Canadá, los bonos bolivianos, turcos o argentinos, o un fondo de mercados emergentes? No lo sabemos; será un nuevo cisne negro.
Lo cierto es que la crisis sanitaria provocada por la pandemia de COVID-19 llevó a los gobiernos y a los principales bancos centrales del mundo a implementar medidas económicas expansivas sin precedentes. Estas medidas, inspiradas en la Nueva Teoría Monetaria (Modern Monetary Theory, MMT), han generado una impresión colosal de moneda, en paralelo con un crecimiento del endeudamiento mundial. Esto, naturalmente, llevó a un recalentamiento sincronizado de las principales economías, derivando en un fuerte aumento de la inflación, agravado circunstancialmente por problemas de oferta y por la guerra de Ucrania (aunque no son su principal fuente). Ahora, los bancos centrales enfrentan la desagradable tarea de reducir la inflación de manera simultánea. En particular, la Reserva Federal de los EE.UU. lucha por restablecer el equilibrio y volver a la meta clásica de 2% de inflación anual. La Fed se había alejado del norte de su brújula, en mi opinión, con graves problemas conceptuales y excusas inverosímiles como que “la inflación era transitoria” y que, por lo tanto, podían aceptar “por un tiempo” una inflación que fuera el doble de la meta, sin intervenir. Ahora, están recuperando terreno perdido, pero tal como explicamos en otros artículos “behind the curve”, corriendo a la inflación desde atrás. Lo que inicialmente podría curarse con un aumento de las tasas de interés al 4% anual, no se ha logrado con tasas que ya están en el 4,75%; la FED apunta a subir medio punto el próximo 22 de marzo y probablemente llegará al 6% anual hacia el tercer trimestre. La ilusión de los inversores de que este fenómeno de expansión monetaria exagerada puede sobrellevarse sin dolor se verá probablemente desmentida en los próximos trimestres.

En este contexto, la quiebra de tres bancos estadounidenses generó gran temor, que fue superado por una rápida intervención del Estado. En conjunto, la FED, el Tesoro y la FDIC se comprometieron a cubrir los depósitos no garantizados. Esto permitió a los agentes del mercado recuperar el optimismo. Un día después, el segundo gigante suizo, Credit Suisse, tambaleó, pero de nuevo las autoridades acudieron al rescate para preservar la confiabilidad del banco en caída, reafirmando su política de “demasiado grande para caer” (too big to fail).
El problema radica en que la Teoría Monetaria Moderna (MMT) plantea que los gobiernos pueden financiar sus gastos mediante la emisión de moneda para adquirir deuda, sin generar inflación ni recurrir a impuestos. Según esta teoría, la inflación solo ocurre cuando la economía opera a pleno empleo y los recursos escasean. No obstante, la realidad ha evidenciado que la aplicación de políticas basadas en la MMT ha derivado en un incremento de la inflación y la deuda pública.
Cabe destacar que la MMT no es un concepto nuevo. Juan Bautista Alberdi ya expresaba su inquietud por la política monetaria expansiva y el exceso de emisión de moneda por parte del Estado. En su obra “Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853″, Alberdi argumentaba:
“El papel moneda, al multiplicarse sin medida, al inundar el país de billetes, al degradarse por su exceso, al desconfiar de su valor, al dejar de ser el signo representativo de los valores, al perder el crédito, por la falta de garantía, por la ausencia de un patrón de medida, de una unidad de cuenta, de una norma de valor y de una medida de cambio, llega a ser un mal mayor que la falta de moneda” (Alberdi, 1854).
Probablemente, quien mejor ha descrito las consecuencias de las políticas expansivas, como las keynesianas, es Friedrich Hayek, premio Nobel de Economía (1974). Hayek desarrolló la teoría del ciclo de negocios económico (Business Cycle Theory) que explica cómo la intervención de los bancos centrales tiende a provocar ciclos de auge y recesión. Según Hayek, la expansión crediticia artificial, impulsada por la política monetaria, conduce a malas inversiones (“malinvestment”), que a su vez generan un “boom” insostenible a largo plazo al desequilibrar el mercado intertemporal y afectar las tasas de interés. El problema consiste en que, al expandir artificialmente el crédito y crear una falsa sensación de prosperidad, los bancos centrales y los gobiernos están distorsionando los procesos de asignación de recursos y toma de decisiones económicas. En consecuencia, se realizan inversiones erróneas que, finalmente, serán insostenibles y desencadenarán una crisis económica. Así ocurrió con la burbuja de las .com en 2000, la burbuja inmobiliaria en 2008 y la tremenda burbuja global actual. Al final, casi inevitablemente, se pinchará (“bust”) desembocando en una nueva crisis que llevará a la recesión.
En su obra “La desmesura del poder” Hayek resumió “los peligros del intervencionismo” de la siguiente manera:
“El intervencionismo sistemático, al tratar de hacer lo que es imposible para cualquier organismo central, destruye la información y los incentivos que en el mercado libre permiten a los individuos ajustar sus actividades a las circunstancias particulares de tiempo y lugar”.
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