
En la actualidad, el 12,5% de la población mundial es migrante. Es decir, hay casi mil millones de personas que viven en un país diferente al propio. La migración es una constante en la historia humana. Por elección o por necesidad, el desplazamiento es parte de la vida de las personas independientemente de las causas, el contexto, el origen o la situación que las llevan a emigrar.
Emigrar significa tener hambre de cambio, de triunfo, de nuevas experiencias. No es para nada fácil dejar el país natal y mucho menos si es debido a las crisis sociales, políticas y/o económicas en sus países. Pero el sentimiento que produce emigrar es difícil, hay cosas que pesan más que la estabilidad económica.
Uno se tiene que imaginar en el lugar donde se va a instalar y tener en cuenta que eso implica extrañar. Extrañar a los amigos, la mesa larga de los domingos, los ravioles de la abuela, el asado, el fútbol, el tango y un territorio del que te sentís parte. Esas son las lonjas del cuero propio que uno tiene que animarse a dejar en el pasado para construir su propia nueva historia.
Una persona puede estar toda su vida en su zona de confort y un día sentir que su destino está más allá del país donde nació. Es por eso que emigrar es una de las experiencias más intensas de una persona, de su familia y de sus descendientes. Ser consciente de su trascendencia espiritual también es una condición necesaria para el éxito. La puerta de los cambios se abre de adentro para afuera, y el ánimo debe estar templado mucho antes de comprar los pasajes, llenar los formularios o preparar planes de negocios.
Las oportunidades de progreso son enormes: las sociedades respetan y valoran la capacidad y el esfuerzo. Muchos se trasladan con expectativas de lograr una vida mejor, y un tiempo después, al hacer un balance entre las expectativas y la realidad, no son pocos los que deciden volver. Encontrar las oportunidades demanda una actitud abierta y madura. Una tranquilidad mental que permita mirar la realidad desde un ángulo distinto al que la ven los que conviven con ella desde siempre.
Es por esto que, además de formar una nueva vida y adaptarse a las costumbres de cada país, hay un antídoto en cualquier nivel cultural o económico: la fuerza espiritual, la curiosidad, la pasión, tener una meta. Asimismo, aprender el delicado equilibrio entre disfrutar del presente, dejar atrás el pasado y ser consciente de que siempre serás inmigrante.
El dinero es importante cuando falta; pero cuando sobra, no llena el vacío del alma, la cantidad de ricos y famosos deprimidos e infelices se cuentan de a miles en esta sociedad. En cuanto se agarra la valija y se cierra la puerta, la vida hace un giro de 180°. Esa rutina con amigos, familia, pareja, mascota, trabajo y aspectos básicos de la diaria, ya no existen.
A su vez, si en algún momento se toma la decisión de regresar, el sentimiento de emigrar vuelve al cuerpo, porque el tiempo pasa, las cosas cambian, y nada podrá volver a ser tal como era. El primer consejo para encarar un cambio es cerrar los oídos a la palabra de los allegados, puesto que más que consejos son anclas para evitar que levantemos vuelo.
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