
La expresión “techo de cristal” o, en ingles, “glass ceiling”, se le atribuye a Marilyn Loden, una consultora en el ámbito laboral que habló del tema en un discurso en 1978 en EEUU. Pasaron 44 años y lo continuamos usando para referirnos a “esa barrera invisible que pareciera aparecer cuando las mujeres poderosas y empoderadas nos acercamos a ciertas jerarquías corporativas y se bloquea la posibilidad de ascender”.
Esto ocurre en todos los ámbitos: corporaciones multinacionales, empresas pymes familiares, empresarias independientes, en ámbitos profesionales, en la política. Se nos ha contado el cuento de que “son barreras más culturales que personales” y no creo que así sea. Conozco innumerables casos de lideresas listas para trabajar en posiciones de dirección y están obligadas a dar batalla todos los días para probar sus habilidades y fortalezas.
Somos la mitad de la población mundial pero ocupamos un porcentaje totalmente desproporcionado en cargos de alta dirección. También ocurre lo mismo con los salarios, se habla de “escaleras rotas” (término que utiliza la ONU para referirse o explicar la brecha salarial entre hombres y mujeres), ya que al tener ese doble rol de mujeres y madres sufrimos interrupciones en los trayectos de nuestra vida laboral que justificaría que ganemos menos dinero porque no podemos estar al 100% en nuestros trabajos.
Les voy a contar una historia de una mujer argentina. Corría el año 2000. Ella andaba en sus treintas, tenía buen cuerpo, lindo pelo, rubia, siempre impecable, de trajecito zapatos y cartera todo al tono, con varios títulos bajo el brazo. A través de un familiar, entró a trabajar como asesora de un reconocido diputado en la Cámara de Diputados de la Nación. Le apasionaba la política como medio para servir al pueblo. Trabajó durante 4 años en lo que no le pedían y en lo que le pedían, que era bastante poco (todavía guarda el recuerdo de aquellas tarjetas personales que mostraba inflando el pecho con orgullo). Llegó un día en el que tendría la posibilidad de trabajar en la Cámara de Senadores. Luego de una muy breve entrevista, el político que había generado la reunión le dijo: “No va a ser posible. Preguntás mucho y pensás demasiado”. Ese día nuestra Argentina perdió una mujer que podría haber sido un gran cuadro político de estos tiempos.
Creo que quienes hemos sufrido, vivido y padecido estos síndromes o patologías, tenemos la responsabilidad de animar, visibilizar, empoderar y alentar a todas las mujeres y minorías en general a romper los “techos de cristal”.
Se tiende a subestimar la performance de las mujeres en puestos de dirección o de poder y a sobrestimar la de los varones. Como consecuencia, las mujeres estamos casi obligadas a trabajar más duro para demostrar nuestras competencias. Las emprendedoras de estos tiempos llevamos adelante un liderazgo trascendente: inspirador, inclusivo, auténtico, creativo y servicial.
En estos tiempos se hace imperiosa la necesidad de poner en práctica el pensamiento lateral: nosotras, como mujeres empoderadas, estamos obligadas a ampliar nuestros propios modelos mentales y paradigmas sociales e invitar a los varones a que se sumen a este proyecto. Necesitamos hombres amorosos que comprendan que el mundo cambió y que somos tan capaces y poderosas como para llevar adelante grandes proyectos; necesitamos que comprendan que podemos hablar de dinero, de perspectiva de género, que no tenemos aversión al riesgo, que tenemos habilidades blandas propias del genero, empatía, humildad, imaginación, persistencia, autenticidad, todo ello sin dejar de ser femeninas. Y que podemos y debemos hablar de dinero.
Dentro de todas las barreras que una emprendedora encuentra en el camino a la construcción de su ser empresaria, una de las más fuertes y determinantes es la búsqueda de capital para el startup de la empresa. ¿Sabían queridos y queridas lectoras que los Fondos de Inversión constituidos por hombres, invierten solo en proyectos de varones?
Si las mujeres gestionaríamos en red, en comunidad, generaríamos más impacto y más masa crítica para poder avanzar. Tenemos en nuestra querida Argentina, tan femenina, ley la 26.485. Resulta imperiosa la necesidad de que tengamos más mujeres en directorios de empresas, de federaciones, de cámaras; en la Bolsa, en bancos, cooperativas y asociaciones; en fundaciones, en la política y en el sector privado.
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