
La palabra “esenciales”, en realidad, no necesita explicación. En el tiempo de la pandemia se usaba para designar a aquellos argentinos que cumplían funciones vitales cuando todos los demás estaban confinados en sus casas o en lugares aislados para evitar el contagio.
Ellos, los “esenciales”, tenían un permiso especial para circular de un lugar a otro y realizar tareas en beneficio de la comunidad. “Esenciales” se convirtió así en el título de un exitoso programa de la televisión pública argentina que recogía historias de heroísmos silenciosos, cotidianos, de personas que no buscaban notoriedad y que habrían permanecido desconocidas para la mayoría si lo que hacían no hubiera sido “contado” en la pantalla.

Nos enteramos así del médico que había sido drogadicto que arrastraba la ambulancia por los callejones de una villa miseria bonaerense infectada por el COVID-19 y poblada de narcos a los que ni el virus había recluido en sus casas; conocimos al hermano laico que organizaba casas para ancianos que él mismo recogía en las estaciones y en las calles; supimos que había una religiosa que convivía con adictos que luchaban por liberarse de su esclavitud en las casas habilitadas para ellos; vimos comedores que empezaron a funcionar en los barrios más marginados y aseguraban un plato de comida para aquellos que de otra manera no habrían podido comer con regularidad.
Y tantos otros que, inmersos en situaciones de perenne emergencia, pusieron en práctica una solidaridad alentada por sacerdotes -los llamados curas villeros- que supieron crear una red de ayuda de enormes proporciones para paliar los efectos de una crisis sanitaria sin precedentes.

Ahora nos damos cuenta de que los “esenciales” no han desaparecido al disminuir los dramáticos efectos de la pandemia. No se fueron, es más, contagiaron a su vez a otros induciéndolos a hacer lo mismo que ellos. En cierto modo se han convertido en una categoría, una dimensión de la vida, permanente y en constante expansión. Y por eso también se ha planteado la posibilidad de un nuevo ciclo en la televisión dedicado a ellos, que vuelve a empezar con renovados horizontes y distintas ideas.
Siempre habrá historias urbanas ambientadas en las villas miserias y en los barrios populares de Buenos Aires y su conurbano, la epopeya del rescate de los jóvenes de la violencia y la drogadicción tendrá nuevos capítulos y muchas cosas que contar, pero en el nuevo ciclo también se sumarán historias de superación de discapacidades, e incluso otras relacionadas con la lucha por los derechos humanos, historias que involucran a la Argentina profunda, la que puebla las regiones más alejadas de la metrópoli, las periferias de la periferia.

Veremos desfilar esenciales pospandemia que tienen el rostro aindiado de los wichis de Salta, probablemente la minoría étnica más numerosa de la Argentina actual, los maestros rurales de Santiago del Estero que dedican su vida a los alumnos dispersos en el monte, los héroes de la educación rural que recorren las grandes extensiones del norte argentino no siempre de fácil acceso, para garantizar la educación de los niños.
Conoceremos al maestro Juan (de apellido Aranda) que desde hace más de treinta años fatiga los caminos de tierra de Santiago del Estero, a mil kilómetros de Buenos Aires, armado de tiza y pizarrón. Pero también veremos la caravana de los Hogares de Cristo, que se propone recorrer toda la Argentina para celebrar los quince años que han pasado desde que Bergoglio inauguró la primera casa de recuperación y llevar a todo el país el mensaje de que se puede salir de la esclavitud de las drogas y que muchos lo han logrado.
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Veremos también un barrio donde un grupo de arquitectos pone en juego su profesionalismo en un proyecto destinado a mejorar las casas populares con materiales sobrantes de las obras en las que trabajan. Veremos sueños que se hacen realidad, como el de Joaquín Alegrini, un joven que vive en el Hogar de Cristo de la ciudad de Tucumán y se enfrenta a la difícil disciplina de convertirse en boxeador.
Los derechos humanos también tendrán un lugar destacado en el nuevo ciclo, los del laico Wenceslao Pedernera, asesinado hace cuarenta y cinco años junto con el obispo Angelelli por sicarios de la dictadura militar en la provincia de La Rioja. Y también historias de superación, de limitaciones físicas vividas con dignidad y dilatadas en un abrazo a la humanidad, como la de Verónica, una jovencísima escritora en silla de ruedas…

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