¿Y si nos animamos a escuchar un poco y a debatir en serio?

En el marco de la Cumbre del C40, una delegación de 59 jóvenes vino a formar parte de los debates sobre desarrollo sostenible. Por ende, tal vez no se trate de que nuestros jóvenes buscan una salida fácil, como se escucha por estos días. Tal vez sea que están cansados de que no los escuchemos

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Jóvenes debaten sobre desarrollo sustentable
Jóvenes debaten sobre desarrollo sustentable en la C40

Durante los últimos meses, hemos escuchado que muchos jóvenes no pueden ni pensar en construir su futuro en Argentina y deciden ir en busca de otros rumbos. La cifra de que 7 de cada 10 jóvenes se quieren ir del país es desoladora. Quienes deciden emigrar hablan al corazón de un problema que todos conocemos: una dirigencia muchas veces impermeable a las verdaderas preocupaciones de la gente.

Al irse, eligen destinos donde las reglas del juego son claras y les permiten planificar un proyecto de vida: pensar en tener su propia casa, un trabajo de calidad, algo que se asemeje a cierta estabilidad económica. Todas cuestiones genuinas para una persona con ansias de progresar y que hoy la Argentina parece no ofrecer. ¿En qué momento vivir en Argentina se transformó en sinónimo de resignación?

Con preocupación, he escuchado cómo padres preparan a sus hijos para emigrar y cómo chicos y chicas lamentan la partida de sus hermanos y amigos. Pero con más preocupación aún he escuchado cómo algunos sectores de la sociedad dicen que quienes deciden irse han decidido optar por la “salida fácil”. No estoy de acuerdo con esa definición. Porque yo soy un convencido de que los jóvenes no le tienen miedo a lo difícil. ¿Y si nos detenemos a pensar qué les significa irse?

Emigrar no es fácil. Significa adaptarse a nuevos entornos, a veces aprender nuevos idiomas, adentrarse en nuevas costumbres, entender otras formas de vivir la cotidianeidad. Significa estar lejos de casa en fechas importantes, no poder despedir a un familiar que fallece o conocer a un nuevo sobrino que nace, dejar de estar para compartir esas cosas de la diaria que en definitiva nos hacen ser quiénes somos, como una visita a lo de tus viejos o un asado familiar el domingo.

Pero hay una realidad: tampoco es fácil quedarse. Las dificultades son muchas y no es nada fácil encontrar una voz propia o espacios donde participar e involucrarse en el debate público. No es fácil animarse a poner la verdad sobre la mesa, ni empezar a dar las discusiones necesarias sobre las profundas transformaciones que necesita el país. Pero aún así muchos superan esos desafíos, convirtiéndose en agentes de cambio capaces de transformar la realidad. Los jóvenes son audaces y van a buscar las soluciones de fondo, cuestionando incluso lo que para muchos ya nos parece parte de la norma. Con compromiso y valentía.

Quizás el mejor ejemplo en estos días podemos verlo en el marco de la Cumbre del C40: la gran reunión de alcaldes de todo el mundo que se está dando en la Ciudad de Buenos Aires, donde una delegación de 59 jóvenes vino a formar parte de los debates sobre desarrollo sostenible. La Ciudad de Buenos Aires es, por estos días, el epicentro de una conversación que busca interpelarnos sobre lo que verdaderamente importa: cuáles son las medidas que tomamos hoy para poder vivir mejor mañana. Con rigurosidad, seriedad y gran esfuerzo, jóvenes de todos los rincones del mundo han viajado para dar ese debate, a la par de líderes de gobiernos locales, intercambiando ideas y experiencias sobre cómo superar los desafíos a los que nos enfrentamos a nivel global.

Entonces, tal vez no se trata de que nuestros jóvenes buscan una salida fácil. Tal vez se trata de que están cansados de que no los escuchemos o ni siquiera les demos el espacio para expresarse. Su voz es clave: se trata de la voz de quienes recién se incorporan al mundo del trabajo enfrentando sus nuevos desafíos y complejidades, de quienes buscan estudiar y formarse para poder construir su propia visión del mundo, y de quienes aún buscan su lugar en la sociedad dispuestos a debatir y ser convencidos por las mejores alternativas. Tenemos muchísimo por ganar sumando nuevas voces e ideas, abiertas al diálogo y a la construcción de consensos colectivos.

¿Qué pasa si nos animamos a escuchar un poco? Es posible que sean voces que a muchos les puedan resultar incómodas. Pero a mí me incomodaría no escucharlas. Son la audacia que necesitamos para proponer acciones concretas que resulten ambiciosas. Son nuevas energías que buscan debatir e innovar. Es un llamado que me interpela, porque debemos aprender (y enseñarles) que pueden ser parte de la discusión pública, la cual siempre tiene un ancla en lo posible.

Solo en ese intercambio, juventud y experiencia podrán reconocerse entre sí, haciendo propias las tensiones existentes y abrazando que no todos los cambios pueden hacerse de un día para el otro. Debemos animarnos a dar ciertos debates, apostando a la construcción de consensos con la innovación como bandera, en un nuevo mundo de temas - desde machine learning hasta futuro del trabajo o economía circular- que amplían la agenda y generan nuevos espacios de diálogo y de acuerdo para el desarrollo de políticas públicas. Sobre todo si de verdad queremos que sean transformaciones a largo plazo.

En forma y en fondo, debemos animarnos a llevar adelante las grandes discusiones que la Argentina y que el mundo entero exigen en este momento. Hace unos años, después de tener la oportunidad de estudiar en el exterior, volví al país con la certeza de que quería seguir construyendo acá.

Y al día de hoy, sigo siendo un convencido de que vale la pena pelearla desde acá. David Attenborough, hace un año en la COP26, decía que los seres humanos “somos los mayores solucionadores de problemas” en la faz de la Tierra. Sus palabras hablan del enorme potencial que tenemos tanto de manera individual como colectiva. Hoy tenemos el desafío de lograr que la juventud encuentre en Argentina su lugar para participar activamente en el debate público.

Soy optimista sobre el futuro y confío en nuestra capacidad de crear consensos para lograrlo. Los jóvenes no le tienen miedo a lo difícil, y entonces solo nos queda a nosotros hacernos una pregunta: ¿y si nos animamos a debatir en serio?

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