
Los resultados de las elecciones realizadas el pasado domingo 25 de septiembre en Italia no sorprendieron. Hace tiempo que la derecha italiana venía amagando con encontrar una conducción unificada que le permitiera alinear a sus diferentes fuerzas dispersas.
Esa dispersión se ahondaba y profundizaba cada vez más, en una sociedad hastiada y agobiada por gobiernos ineficaces, liderados por figuras gastadas y lejanas del apoyo popular y de sus necesidades.
Pero una mujer, Giorgia Meloni, de rasgos comunes, con una impronta que contradice su aspecto físico, se decidió a encabezar un movimiento heterogéneo, Fratelli de Italia, de tintes ultraderechistas.
Su pasado le permitió asumir posturas que no se le permitían a otros dirigentes del sector y tuvo la habilidad y la inteligencia de darse cuenta que lo que estaba en juego, no era el Duce, sino vencer al nihilismo antidemocrático y a la falta de credibilidad de toda la sociedad italiana, que además despreciaba a toda la clase política.
Italia hace tiempo que se ha ido alejando de los puestos de conducción de la Unión Europea, solamente la presencia de Mario Draghi, un economista liberal prestigioso, le ha permitido sobrellevar sus crisis económicas continuas y reiteradas. El desprestigio italiano para resolver sus problemas intracomunitarios y de política exterior ha expulsado a los dirigentes italianos de los puestos de mando europeos y pese a ser la tercera economía de la región. No tiene el peso que debiese tener en las decisiones europeas.
Todo ese conjunto de decepciones, falta entusiasmo y de confianza en su país, hace que todos los años emigren 3.000.000 de ciudadanos italianos, pese a ser un Estado miembro del G7, donde se nuclean las naciones más industrializadas del mundo.

Italia formó parte original del Mercado Común Europeo, en el comienzo de los años 50, y un italiano, Alice De Gásperi, fue uno de sus artífices, con de Gaulle y Adenauer. Juntos encabezaron un proceso exitoso de integración, que terminó con las divisiones y las guerras, y permitió construir un espacio de paz y de progreso jamás visto hasta entonces en Europa y que todavía , pese a sus dificultades, sigue existiendo.
Tuvo su lugar en ese proceso y hasta la destrucción por corrupción de la “Pentarquía” creció y se mantuvo como uno de los países líderes, pero hoy ha dejado de ser el país que lideraba la moda, la arquitectura, la belleza del diseño y la vanguardia industrial.
Con el tiempo ha ido perdiendo su identidad a causa de pérdidas y cambios que no fueron reemplazadas por un nuevo modelo que incluyera al Sur subdesarrollado e incorporara a las migraciones musulmanas para compartir el mismo sueño de un país justo y democrático.
Hoy los antagonismos son enormes entre un norte rico, blanco, católico y poderoso y un mezzogiorno, detenido en el tiempo, que recibe refugiados cada vez más empobrecidos que no quieren, ni pueden, integrarse y continúan viviendo como si aún estuvieran en África.
Actualmente Italia intenta repetir los modelos exitosos de Occidente, de Alemania, de Francia, sin poder diluir su pasado glorioso, y sin voluntad de integrarse con las nuevas olas migratorias.
Ese marco social ha hecho crecer a un gran sector juvenil, al que no le subyugan las ideas tradicionales democráticas, ni los convoca. Prefieren vivir en un espacio propio, fuera de todo compromiso democrático.
El éxodo y la falta de interés eran los caminos elegidos hasta ahora por la mayoría de los jóvenes italianos. Pero apareció una propuesta que los movilizó ante tanto desánimo y desazón, la propuesta de Meloni, un neofascismo, mezclado con un conservadurismo reaccionario, que rechaza todas las ideas progresistas, sexuales y religiosas.
“Una mezcla rara de Musseta y de mimí” que se impuso electoralmente contra un centroizquierda dormido y anticuado, más allá del talento innegable de Letta y sus compañeros del PD.
El triunfo de la ultra derecha populista mezclada con antigua derecha conservadora ha hecho que desde la Argentina se busquen analogías. Algunos las encuentran, erróneamente (a mi criterio), en el libertario Javier Milei y sus seguidores, olvidando que la coalición de Berlusconi, Salvini y los Fratelli de Meloni, reivindican el papel del Estado en la economía y rechazan el liberalismo económico.
Para los triunfadores del domingo 25 de septiembre el papel del Estado en la economía es determinante y combaten el liberalismo económico, que fue y es la principal ideología económica de todos los gobiernos europeos, en Francia, Alemania, España (sean gobiernos socialistas o demócrata Cristianos).
La derecha populista italiana triunfante, defiende y levanta al Estado como palanca de crecimiento y como herramienta de cambio hacia una sociedad distinta y no como proclaman los libertarios argentinos que son liberales en lo económico.
En síntesis, el triunfo de la derecha populista mezclada con el conservadurismo reaccionario no reniega del Estado, lo necesitan para realizar su sueño de una sociedad antiliberal, anti progresista y antisocialista.
Milei y sus compañeros de ruta, al contrario, quieren hacer desaparecer al Estado, no nos dejemos confundir. Son parecidos en su prédica antisistema y antisocialista, pero unos son liberales y los otros populistas de derecha unidos a conservadores con tufillo neofascista.
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