
Primero la pandemia, después la invasión de Ucrania y ahora una posible recesión global. Son demasiados choques en tan poco tiempo y sus efectos conjuntos podrían poner a prueba el funcionamiento de las democracias.
De hecho, los últimos años estuvieron marcados por acontecimientos extraordinarios para los que los liderazgos globales no estaban preparados. Naturalmente, no tenían ningún recuerdo de la gripe española de 1918, que podría haber ofrecido algunas pistas sobre cómo afrontar el COVID-19. Esos mismos liderazgos no combatieron en guerras y, en muchos casos, ni siquiera completaron el servicio militar, por lo que enfrentarse a una Rusia invasora representa una completa novedad. Asimismo, a diferencia de los argentinos, tienen poca o ninguna experiencia con el terror de la inflación.
Importa, por lo tanto, revistar la historia internacional para no repetir los errores del pasado. Y eso es precisamente lo que hizo el Banco Mundial, con un informe que envía dos importantes alertas a los gobernantes y a los banqueros centrales.
Alerta número 1: la caída reciente de la actividad económica indica que el mundo puede estar al borde de la sexta recesión desde la década de 1970. En otras palabras, las personas más vulnerables y las clases medias van a perder ingresos, tanto por el aumento de los precios como por la destrucción de empleo.
Alerta número 2: una subida agresiva de los tipos de interés puede resultar contraproducente, dado que, como en la crisis petrolera de 1982, la inflación actual no viene del exceso de consumo, sino de la escalada de los precios de la energía. En otras palabras, la era del dinero gratis en el occidente ha terminado.
En efecto, en las economías más avanzadas asistimos a una peligrosa divergencia entre los bancos centrales, que han adoptado políticas monetarias restrictivas, y los respectivos gobiernos, que ven dispararse las cargas del servicio de la deuda y poco o ningún margen de maniobra tienen para imponer sacrificios al electorado.
El caso más evidente es el inglés. Por un lado, la nueva primera ministra, Liz Truss, intenta estimular el crecimiento económico a través de la demanda, bajando los impuestos agresivamente con el argumento de que la inflación es transitoria. Por otro lado, el Banco de Inglaterra incrementó las tasas de interés hasta el nivel más alto desde la gran crisis financiera de 2008 y se vio obligado a intervenir en los mercados para detener la depreciación de la moneda.
Todavía es demasiado temprano para decir quién tendrá razón, pero no para advertir sobre los riesgos políticos de una respuesta desequilibrada. Una recesión profunda, por encima de una guerra y de una pandemia, agravará las fracturas y las desigualdades en las sociedades democráticas y acelerará la afirmación de fuerzas políticas iliberales y populistas. Cada país experimenta decisiones diversas. La Italia de Alcide De Gasperi en manos de Giorgia Meloni. Suecia, históricamente socialdemócrata, se está inclinando hacia fuerzas de extrema derecha. Mientras la Argentina mira para otro lado, las prioridades políticas del oficialismo están asignadas a resolver las cuestiones electorales y los problemas judiciales de su líder. Eliminar las PASO y reformar la composición de la Suprema Corte de Justicia, por encima de las angustias de los argentinos. La inflación, la inseguridad, la violencia y extorsión sindical parecería que no está en sus prioridades. Sin un plan y un rumbo, solo parches y recortes para ir ganando tiempo, mientras la pelea por los precios y salarios carcome los bolsillos de los asalariados. Falta mucho para el recambio de gobierno, pero los problemas están allí, se agravan día a día y son muy pocas las voces que ponen un cartel de alerta.
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