
Hace dos años, mientras el país se encontraba sumido en la más absoluta angustia, incertidumbre, soledad y silencio. Cuando la regla era la prohibición total de toda actividad, de circulación, de trabajo, de comercio, de culto, de educación, de producción y de reunión. Mientras no se podía acompañar, ayudar o despedir a los más de 130.000 fallecidos que carga sobre su espalda este Gobierno. Y los carga porque organizó, participó, toleró, negó y ocultó el vacunatorio VIP del que aún no ha dado respuesta y explicación satisfactoria a la gente. Cuando dependíamos del número de documento para asomar la nariz por la puerta, aunque sólo para excepcionalísimas compras y dentro del perímetro autorizado, rogando que la farmacia que “nos tocaba” tuviera lo buscado; mientras el pueblo aplaudía al personal de salud a las 21 horas como muestra de reconocimiento y gratitud, y también para sentirse vivos y parte de algo al menos durante cinco minutos. Mientras todo eso era nuestra realidad cotidiana, en un lugar muy lejano (para algunos hasta geográficamente, pero para todos infinitamente lejos en moral y empatía) había una residencia cuya cotidianeidad se desarrollaba bajo las reglas, inmunidades y privilegios del “consulado de Olivos”. Quienes por allí pasan y se quedan se sienten eximidos de toda norma común y ordinaria vigente para el pueblo y sólo se perciben alcanzados por los límites de sus necesidades y caprichos. Ello no sería particularmente grave, sino fuera porque todo aquél repertorio enunciado de prohibiciones y restricciones, sanciones y amenazas, fue estipulado por el habitante principal del “consulado de Olivos”.
Y así fue como no hubo inconvenientes para celebrar el cumpleaños de la Sra. Yáñez con más de diez personas invitadas, torta con bengala y champagne. Lo celebró, lo ocultó, lo negó, hasta que no se pudo tapar más el sol con las manos. La sucesión de fotos y videos de “la fiesta de Olivos” ha quedado en nuestras retinas para siempre. Y también las piedras de los familiares de las víctimas (saqueadas y retiradas de la Pirámide de Mayo) para quienes la respuesta del Gobierno fue pretender apropiarse del dolor y, sobre todo, esconder la muerte.
El derrotero procesal judicial de esta fiesta está por llegar a su fin y la respuesta que el Estado acepta como vindicación a sus ciudadanos es una suma de dinero insignificante por lo que representa simbólicamente como compensación y también en función de los aportantes, además de distar enormemente de significar una compensación. Muchos de las personas que represento, y me incluyo, no sólo entendemos que la “solución” es insuficiente sino que, incluso, agrava el malestar aquel préstamo lastimero tramitado en forma exprés para hacer frente a la no condena.
Y aún así, con la sobrecogedora donación que ofreció la pareja presidencial para ser sobreseídos, no aliviamos la herida porque no es justo, no es sincero, no hay arrepentimiento, no hay reparación, no hay genuino pedido de perdón. Esta no fue la única celebración, es la única de la cual se hicieron públicas imágenes y videos. Tres meses antes, el 2 de abril, también se había celebrado el cumpleaños del Presidente con visitas no autorizadas en pleno ASPO.
Sentimos que no hay reparación integral porque no pidieron perdón sincero; porque no se quedaron sin trabajo, sin familia, no tuvieron que cerrar emprendimientos familiares de toda la vida, porque nunca se sintieron desbordados emocionalmente, porque no cancelaron ningún acontecimiento familiar o social; porque Dylan pudo avanzar en su educación mientras millones de niños quedaron fuera del sistema educativo y otros tantos como meros espectadores de alguna función más o menos periódica por zoom de clases; porque la primera dama no vio alterado su programa de fitness y estética.
Se me ocurrió que, en tanto estamos pregonando y desembolsando sumas abultadísimas de pauta oficial bajo el lema “la gente primero”, podría venir a remediar en parte el agravio causado que el Presidente verdaderamente tenga un gesto. Un gesto a la altura de su investidura y a tono con la conculcación de la ley de la que fue responsable él y la Sra. Yáñez: renunciar anticipada e irrevocablemente a la asignación vitalicia como Presidente (Ley 24018).
Casi como un medicamento con efectos de liberación prolongada, en momentos en los que no hace falta ahondar en la crítica situación económica y social del país, esto sería un gesto honorable del futuro ex Presidente y la futura ex primera dama (ya que es vitalicia y heredable). Si se quiere, una genuina donación, no la simbólica homologada. Lo que se dice una “justa composición de los intereses”.
Sería un mínimo pero valorado aporte a nuestra Nación, para que dejemos de ser un país al margen de la ley.
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