Seguramente usted también se impresionó hace unos días al leer sobre el desgraciado accidente que ocurrió en una de las principales avenidas de Buenos Aires, cuando un conductor de taxi al desvanecerse arrolló a tres turistas francesas provocando la muerte de una de ellas. Fue el 7 de Mayo. El video que circuló horas después donde se veía al hombre de 74 años, tomando conciencia luego de recuperarse de un síncope, fue de lo más dramático y triste. Su angustia y pena no tenían consuelo. Por si fuera poco, una de las jóvenes francesas falleció a las horas y días después el conductor, producto de un empeoramiento de la causa que originó la pérdida de conciencia al volante.
Si ustedes me preguntan, lo que me impresionó no fue el accidente en sí mismo con todo el drama que supone, ya que en Argentina los accidentes de tránsito son la principal causa de muerte entre personas de 18 a 30 años y convivimos con ellos a diario (aún no había ocurrido el suceso de Av. Del Libertador), sino los comentarios de los lectores sobre el conductor en los distintos medios en que circuló la noticia. Muchos de ellos radicaban en la edad del hombre, en su salud y estado cognitivo, en qué hacía conduciendo a esa edad, sin dejar de lado adjetivos como “taxista jubilado”. Aquí es donde me parece importante esclarecer una serie de puntos relevantes pensándonos en nosotros mismos.
Taxista jubilado. Un hombre con una historia previa que seguramente trabajaba a su edad por necesidad o simplemente por querer sentirse activo e integrado a una sociedad que nos invisibiliza por el solo hecho de alcanzar una edad determinada. Edad que, por otro lado, nos otorga el título de abuelos sin saber siquiera si lo somos. Una vida con desdichas y a lo mejor alegrías, posiblemente una familia, y quien sabe, un abuelo adorado por sus nietos o nietas. ¡Quizás no! Un hombre sin fortuna en el amor, quizás con pérdidas familiares o sin la posibilidad de haber accedido a una educación que le permitiera otras posibilidades. Realidades de una Argentina que parece desintegrarse.
Un taxista con una vida, posiblemente retirado de un trabajo formal, pero no de la vida, ni de los sueños o la esperanza. Una jubilación que no tenía por qué dejar de lado la posibilidad de una ocupación como la de chofer de taxi.
El edadismo es la discriminación por el solo hecho de tener cierta edad, y eso es lo que reflejaban muchos de los comentarios, reflejo de una parte de nuestra sociedad. Por si fuera poco, es la peor de las discriminaciones porque en lugar de celebrar la longevidad fruto del desarrollo, nos condena, porque todos en el mejor de los casos la sufriremos. Una herida autoinfligida.
Muy pronto, como todos los 15 de junio se conmemora el Día Internacional de Concientización contra el Abuso y Maltrato de las Personas Mayores. Un día que es de todos, porque hoy la norma es que la gran mayoría de nosotros seremos longevos. La sociedad de la nueva longevidad es la norma del siglo que vivimos. Una nueva longevidad que se caracteriza por trascender una supuesta edad de jubilación que parecería marcar el fin de nuestra edad productiva, algo muy diferente a la vigencia que es la capacidad de aportar que todas las personas tenemos más allá de límites cronológicos. Vigencia, que es la posibilidad de aportar de muy diversas maneras, y que nos permite mantenernos insertos y participes en nuestra sociedad independientemente de la edad que tengamos.
En Argentina se estima que 1 de cada 4 personas mayores de 65 años trabaja, una proporción que desciende conforme asciende la edad, y cerca de un 80% de los ocupados mayores son patrones o cuentapropistas del sector formal o informal, según la Fundación Navarro Viola. También uno de cada tres mayores de 60 años ayuda a un familiar que no vive con ellos dándole ropa o comida, 1 de cada 5 da compañía o con dinero en efectivo según el Desarrollo de Bienestar Social ¿Y aun les llamamos clase pasiva?
Las personas mayores, como el señor que conducía el taxi, nos hablan de una cultura de vigencia y solidaridad, donde lo que desaparecen no son las ganas sino las oportunidades que nos da la sociedad, y donde la edad cronológica ya no define quienes somos. Una cultura de nueva longevidad donde todas las partes dan, todas las partes ganan. Ahora necesitamos desarrollar una cultura de cuidado, de cuidado al prójimo, un prójimo que es el próximo. En definitiva, nosotros mismos.
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