
Daniel Capitanich no es un diplomático, ni de carrera ni político. Es un delegado incierto que ha cometido un delito. No haber denunciado a Interpol y a la Justicia de nuestro país la presencia de un terrorista con alerta roja imputado de la comisión del atentado al edificio de la AMIA-DAIA. Daniel Capitanich no puede ser tachado de ignorante. La impericia es la sospecha, de mínima.
Hace más de dos años fui invitado a un gran encuentro Intercultural en Azerbaiyán, nación muy ecuménica y protectora de su comunidad judía. Sin embargo, por la proximidad con Irán, exigí que se remitiese a la DAIA el listado de oradores. Y 48 horas antes de mi partida, gracias a la Embajada de nuestro país en Bakú, se me notifica que uno de los asistentes seria (Ahmad) Vahidi, otro terrorista con alerta roja por la imputación del atentado a nuestro edificio de AMIA-DAIA. No solo no viajé, sino que activo la DAIA las alertas rojas en Cancillería y en Bakú gracias a la intervención del Embajador Sergio Pérez Gonella. Vahidi no viajó.
Pero Mohsen Rezai si viajó. La impericia, como dije más arriba, de Capitanich nos desliza hacia la complicidad. Su participación en el acto es una ofensa mayúscula a los argentinos. No haberse retirado oportunamente y no haber efectuado la denuncia agrega a la ofensa un escandalo intolerable para nuestra República. Se ha convalidado un acto terrorista por parte de un representante gubernamental.
Las fechas son fechas, pero también operan como disparadores. Este mes, hace diez años, nuestro país suscribió el Memorándum de Entendimiento con Irán. Vale recordar diez años de ese instrumento inconstitucional y pobre de contenido, que sustraía de la Jurisdicción natural la investigación y castigo del mayor atentado terrorista del Siglo XX.
85 muertos, mas de 300 heridos. No se comparte un palco con violadores seriales de los derechos humanos y terroristas confesos.
No es impericia, es complicidad.
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