En 2005, la Conferencia General de la UNESCO proclamó que cada tercer jueves de noviembre se celebre el Día Mundial de la Filosofía. Al establecerlo, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura promueve una cultura internacional de debate filosófico que respete la dignidad humana y la diversidad a fin de fomentar el intercambio académico y el abordaje de problemas globales.
Históricamente la filosofía fue asociada con la inutilidad. Sin embargo, suele afirmarse que la importancia y el prestigio de esta disciplina radican en su falta de utilidad, una falta que alude al hecho de que no está centrada en un fin a conseguir, sino que deja ir al pensar según su propia dinámica. No obstante esto, sostiene Ravello Torres, no excluye que los resultados de ese saber puedan ser extraordinariamente útiles por sus implicaciones sociales, técnicas o culturales.
Ahora bien, ¿todos podemos filosofar? La respuesta es sí, sin lugar a dudas. Todos en algún momento de nuestra vida lo hacemos o, en definitiva, necesitamos hacerlo. Filosofar permite ser críticos frente a un mundo pasivo, acostumbrado a dar todo por sentado y que ya no busca el sentido a las cosas.
Es por eso que la filosofía es necesaria para poder plantearnos los temas que nos preocupan como humanos. ¿Existe Dios? ¿Hay vida después de la muerte? ¿Qué es el amor? ¿Qué es la felicidad?. Entre cientos de cuestiones que nos quitan el sueño más de una vez. Y, de todas estas preguntas, habrá tantas respuestas como sujetos se las planteen y todas las respuestas serán válidas para la filosofía.
¿Pero cuándo podremos filosofar, si vivimos en un mundo apurado? La respuesta es siempre –o a veces-, cuando estemos disponibles a mirar desde otro lugar. Jaspers decía que el origen en cada uno es múltiple. Filosofamos cuando dudamos, cuando nos asombramos frente a lo cotidiano o cuando afrontamos situaciones límites. Todos, alguna vez, ponemos en duda alguna certeza o nos enfrentamos a situaciones que no podemos eludir y nos hacen tomar conciencia de nuestra subjetividad y es allí cuando inauguramos la filosofía en busca de la verdad.
Umberto Eco, en su artículo periodístico “El oficio de pensar” (1987), suma al ocio como un nuevo origen de la filosofía. Allí señala: “Descartes pensaba mirando una estufa, esto es filosofar. Utilizar los intersticios de nuestro tiempo para reflexionar sobre la vida, sobre la muerte y sobre el cosmos. Deberíamos dar este consejo a los estudiantes de filosofía: no apuntéis los pensamientos que os vengan a la cabeza en el escritorio de trabajo, sino los que se os ocurran en el retrete. Pero no se lo digáis a todos, porque llegaríais a la cátedra con mucho retraso. Comprendo, por otro lado, que esta verdad pueda parecer ingrata a muchos: lo sublime no está al alcance de cualquiera”.
En una realidad caótica y con tanta incertidumbre, la filosofía sirve – o debería servir- para desatar nudos, para romper estructuras, para poner en el tapete frases naturalizadas, para ensayar que hay otros modos posibles. Epicteto, el estoico del siglo I, sostiene que el origen de la filosofía es percatarse de la propia debilidad e impotencia, de la que se puede salir poniendo en claro y en libertad la forma y el contenido de las representaciones.
Una buena estrategia para encontrarle cada uno la utilidad a la filosofía es abrir la mirada para modificar una verdad anterior incompleta o mal formulada. Ya no hay respuestas universales ni hay recetas válidas para todos; encontrarle cada uno el sentido a su propia vida podría ser el puntapié para una vida más feliz.
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