
Las pestes fueron mencionadas en el comienzo de la Ilíada como el castigo que el Dios Apolo enviaba desde el cielo en forma de lluvia de flechas. Los siglos posteriores sufrieron la peste negra, la peste bubónica, el cólera, la gripe española y muchas otras. Tan diferentes y tan parecidas al coronavirus que hoy nos invade, atemoriza y arroja a un mañana que, de tan incierto, nos hace pensar que moriremos todos si no construimos pronto una moderna arca de Noé. Tomamos conciencia de que el sistema global es frágil. Que los años 2020 y 2021 tienen muchos años “adentro”. Que la Tierra, quizá sea un sistema autorregulado y, si seguimos utilizándolo sin respeto a la naturaleza, puede declararnos a nosotros, poderosos humanos, prescindibles. Que lo imposible puede ocurrir rápido. Que tenemos que hacer algo ya.
Las pandemias no impidieron el Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Francesa, la Revolución Industrial ni impedirá la Era Exponencial que ya estamos transitando. Lo cuenta la historia, que también nos interpela para que, una vez más y como nunca antes aprendamos a experimentar, a adaptar y a aprender a crear espacios reales y virtuales dedicados a la innovación y desarrollo de nuevas ideas para este tiempo de incertidumbres que se nos presenta volátil, incierto, complejo y ambiguo a transformarnos para transformar. A redescubrir que hay en los seres humanos más cosas dignas de admiración que de desprecio. A soñar un futuro mejor para todos, y luego vivir ese sueño intensamente.
Soy el futuro de mis bisabuelos. De los que vinieron del Piamonte, tierra de montañas, de valles amplios y pintorescos. De los que llegaron de los Pirineos franceses, de esa ciudad amurallada que alguna vez arrasaron sus vecinos españoles. De la que galopó libre, con corona de plumas invadiendo fortines. Todos ellos fueron, a su vez, el futuro de quienes los precedieron. ¿Cómo llegaron acá? ¿De quién escapaban? ¿A qué temían? Pusieron el alma en proa y marcharon a construir un porvenir mejor.
Mis hijos y sus hijos, y los hijos de los hijos son mi futuro. Con ellos podemos generar nuevas memorias, y transformarnos para transformar. Desde el futuro hacia el presente. Desde el desasosiego hacia la certeza de que lo que vendrá pertenece a quienes pueden imaginarlo, diseñarlo y ejecutarlo. Sueño futuros, porque es allí donde he de pasar el resto de mi vida. Me acompañan íntimos talismanes, mi universo. Y los libros, que leo y me leen. Los que me hablan de historia y de prehistoria. Los que me cuentan lo que pasó y los que me ayudan a imaginar lo que vendrá. Los que me narran eras, revoluciones, etapas y pestes. Los que me acercan a quienes fueron mis ancestros y los de aquel y de aquel otro. El tiempo nos atraviesa y sigue su curso. Tiempo que vuela o tiempo que permanece ¿Por dónde ir al futuro? Preguntemos al ayer, interpretemos el hoy. Porque hoy es mañana. Saltemos al después con nuestros sueños al hombro.
Apuremos el paso porque “no hay más tiempo, salvo para ser feliz”, lo dijo Camus.

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