
A dos décadas de los atentados terroristas contra Estados Unidos (Nueva York, Washington y Pensilvania) y donde las Torres Gemelas representan el símbolo del horror y del fenómeno sangriento del terrorismo global, el riesgo de nuevas acciones terroristas vuelve a preocupar a la comunidad mundial con motivo del regreso Talibán. El peligro de que Afganistán sea nuevamente santuario de organizaciones terroristas es tema central de la agenda de seguridad internacional. La amenaza de Al Qaeda, máximo responsable del ataque del 11 de septiembre de 2001, que ejecutó Bin Laden con base en Afganistán, no ha desaparecido. Según un reciente informe del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la red terrorista está presente en al menos 15 de las 34 provincias de Afganistán. ISIS, en sus distintas variantes salafistas, también se encuentra operativa en la provincia de Nuristán, en la franja oriental del país.
ONU destaca que Al Qaeda parecería estar con células durmientes en Medio Oriente (Siria, Irak y Yemen) y el norte de África (Argelia y Libia), además de contar con un número de combatientes refugiados en Irán y Líbano. Al Qaeda se encuentra particularmente activa en África subsahariana. Las filiales en Somalia, Nigeria, Kenia, Níger, Chad y Mali siguen siendo fuerzas desafiantes con operaciones terroristas continuas. La historia de Al Qaeda y los talibanes, probablemente comienza en 1979, cuando Bin Laden se une a los muyahidines afganos contra la Unión Soviética. En 1988 funda Al Qaeda, abocada al jihad global. En 1994, el mula Mohamed Omar crea el movimiento talibán con una agenda islamista muy estricta y la ley de la Sharía como única fuente de derecho y modo de vida.
El éxito militar talibán como el regreso al poder (detentado entre 1996 y 2001) puede inspirar y movilizar a combatientes extranjeros fundamentalistas, especialmente para los militantes del Estado Islámico, que podrían buscar nuevas bases tras las derrotas del proclamado califato en Siria e Irak. También de otras agrupaciones terroristas más allá de Al Qaeda o ISIS, incluyendo ISIS Khorasan, y que operan en Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, Pakistán e incluso en la provincia china de Xinjiang, de mayoría musulmana. El gobierno chino ya ha advertido a los talibanes que Afganistán no puede ser un trampolín a Xinjian, como hizo Bin Laden con Estados Unidos.
El desafío talibán rompería, en principio, el equilibrio de poder regional centro asiático en beneficio de China y Pakistán. Los intereses de India, uno de los grandes inversores en Afganistán, podrían verse comprometidos. Sin embargo, las relaciones entre Kabul y Beijing pueden no ser muy congruentes entre un régimen basado en la religión y un estado ateo bajo la hegemonía del partido comunista. El pragmatismo chino puede llegar a enfrentar escenarios complejos como le ocurrió en su momento a la Unión Soviética y ahora a los Estados Unidos. Los pasos fronterizos de los 75 kilómetros de frontera serán el pulso de la relación bilateral.
En los acuerdos de Doha, firmados con Estados Unidos en febrero 2020, los talibanes se comprometieron a no albergar e impedir que grupos terroristas sigan operando en Afganistán. Sin embargo, la duda es si querrán o podrán cumplir con esa promesa. Los primeros pasos son alarmantes. La presión de la comunidad internacional será clave para intentar evitar que Afganistán vuelva a ser epicentro del terrorismo global. El mundo necesita estar en guardia.
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