
Uno de los efectos más notables de la pandemia es que despertó en las personas el deseo de vivir una vida más apacible, asociada a un estilo más saludable y alejado de la ciudad. En tiempos de Covid-19, vivir en grandes ciudades implica para todos aquellos que teletrabajan estar encerrados en departamentos junto a sus familias, con escasa infraestructura para el trabajo remoto, mobiliario adecuado, iluminación natural y sobrecarga de conectividad.
Es a partir de estas nuevas incomodidades que algunas personas empezaron a buscar mudarse a pueblos o ciudades más pequeñas, a fin de tener más espacio, acceso al aire libre y evitar las aglomeraciones.
El avance de los medios de transporte y de las conexiones virtuales genera nuevas formas de crecimiento urbano y se experimenta el surgimiento de diferentes subcentros de desarrollo residencial tanto en Argentina como en el resto del mundo. Esto conlleva un movimiento poblacional que no privilegia a las grandes urbes y que genera un crecimiento de ciudades medianas, cuya particularidad radica en el estrecho vínculo de éstas con el mundo rural, no sólo desde lo productivo. Es decir, se observa una inversión del patrón migratorio de la segunda mitad del siglo XX, en el que el movimiento se dio, fundamentalmente, del campo hacia las ciudades capitales.
Un ejemplo de esto es Pinamar, que en los últimos 12 años fue el municipio de la provincia de Buenos Aires que más creció. Tuvo un aumento demográfico del 84% y los 5.000 nuevos habitantes que llegaron en el año 2020 se sumaron a los 45 mil anteriores. En el 2020 la ciudad creció más del 10%. Esto llevó a que, durante el año 2020, se inaugure el primer espacio de coworking de la ciudad.
Es difícil establecer la magnitud del fenómeno debido a la escasez de estadísticas oficiales. Sin embargo, un estudio de CBRE Research, que arroja datos precisos sobre el impacto del COVID-19 en los patrones de migración de los residentes en EEUU, indica que, a medida que la crisis por la pandemia se intensificaba y la restricción del distanciamiento social se afianzaba, se aceleró la salida de personas de los centros urbanos densos y de alto costo. El mayor flujo de salida de las zonas urbanas es la de los jóvenes adultos con buena educación, no tienen hijos y pueden trabajar a distancia.
Frente a este escenario, que aún no nos permite determinar si este es un fenómeno pasajero, propio de los tiempos de pandemia, o si se acentuará en los próximos tiempos, la pregunta que queda sin responder es la siguiente: ¿la pandemia, cambiará para siempre la forma de trabajar y el rol de la oficina?
En este sentido, y según la “Encuesta de sentimiento de ocupantes globales” elaborada por CBRE, el 80% de los encuestados en 2020 dijo que la importancia de la oficina física seguirá siendo la misma o disminuirá ligeramente. Además, el 86% afirma que empleará estrategias de espacio de oficina flexible por lo que las opciones de estas serán una parte importante de las estrategias a largo plazo.
Si pensamos a futuro, es evidente que los empleados buscarán flexibilidad. Cómo responderán las empresas a estas demandas es la pregunta que todavía no tiene respuesta. Sin embargo, lo cierto es que el lugar de trabajo será un híbrido entre presencialidad y virtualidad, que dependerá de la integración reflexiva del espacio, las personas y la tecnología.
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