
El observador curtido -sin el peso de una ideología inmóvil caiga quien caiga- está de lo más desorientado. Pongamos: ¿Por qué se impuso la veda de regreso al país a miles de argentinos que viajaron por avión y se vieron a la intemperie -náufragos del aire-, con obligación por grupos, sin fecha y con un hotel de cuarentena? Aunque se produjo una enmienda con el tercer artículo de la decisión oficial y nacional al conceder que los llegados a su país podían regresar con sus comprobantes en regla y volver a sus casas, reincidió en la misma fórmula a partir de ese momento. Es decir el método Formosa-Insfrán, pero con lupa.
La idea, se sostiene, es evitar la llegada de la variante Delta del Sars 2, agente del COVID-19, de gran contagiosidad. Otra vez restricción. Ordeno y mando, aunque sin vacunar mucho ni rápido. No funcionó la cuarentena más larga del mundo sin vacunar, la aventura misteriosa de la relación bilateral con Pfizer, toda la política sanitaria resulta, como mínimo, oscilante y con pocas explicaciones. ¿Acaso es con seguridad la respuesta terapéutica y profiláctica, en ese orden, llegada y hotel por cuatro días a cargo de los náufragos y sus pagos forzosos, más tres en los domicilios? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Estaban los hoteles preparados para alojar a los que un día habrán de volver en adelante? ¿O por un desorden indomable no se llegó a tiempo?
De manera inmediata surgieron los mensajes de odio y cinismo en las redes: “¿Te fuiste a pasear? Ahora no podés entrar, jodete”, fue el tono promedio. Es la furia contra los chetos -qué antigualla de palabra resucitada-, contra los runners, contra el remero solitario perseguido con un helicóptero, contra la valerosa Sara Oyuela (85) quien se negó a levantarse de su reposera en Palermo. “Me levantaré después: tengo cáncer de pulmón y EPOC, no me hagan sombra”, les dijo a los policías. Fue en el principio, recordarán. Sara, nuestro Diógenes cuando le pidió a Alejandro Magno que se apartara porque impedía la luz con su cuerpo de pie. La luz del mismo sol, la de estos días. No se aprendió nada.
Las mentes mononeuronales dicen que es una falta viajar en pandemia. Sólo que todo es en pandemia. Trabajar, buscar trabajo. Aprender, aún con la incomprensible obstrucción de conocer y aplicar la inteligencia que no se oculta. Sobrevivir es en pandemia. Nacer y morir es en pandemia. Como ocurre en todo el mundo, en todas partes.
El cierre aéreo, sin fijar qué ni cómo, ha sido un único el que tomó decisión semejante. Es Aleksandr Lukashenko, el último dinosaurio estalinista de Europa, dictador de Bielorrusia. El tiempo corre y vuela. Se esperan ocho millones de vacunas chinas. Se experimenta a toda carrera la complementación de dos distintas -ocurre ya en varios países: Alemania, Italia España-, en relación a la Sputnik V que está en penosa falta de la segunda. Veremos, esperemos. El observador curtido no desecha más y mucha vacunación cada día. Ahora no pasa.
Lo de los vuelos y náufragos del cielo puede ser un error. O una prueba de ensayo y error. Una advertencia.
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