
En los meses transcurridos, la discusión sobre la implementación de un buen etiquetado frontal de alimentos ha transitado una ruta que muy lentamente la acerca a las guías alimentarias para la población argentina (GAPA). Sin embargo, el proyecto en discusión en Diputados aún no se encuentra definido, por lo cual es conveniente volver sobre algunos puntos clave en los que nuestros países vecinos (Brasil, Uruguay, Paraguay y Chile) pusieron más claridad.
Todos estamos de acuerdo en que es indispensable y urgente regular el etiquetado frontal de los alimentos envasados, con algún sistema que informe al consumidor, sobre bases científicas robustas y que actúe como guía o educación para mejores elecciones alimentarias. Es importante que el etiquetado prevenga sobre aquellos alimentos y bebidas que inequívocamente son poco saludables y señale opciones alineadas con las propias recomendaciones de nuestras GAPA, elaboradas por el Ministerio de Salud de la Nación.
También es clave no desalentar el consumo de aquellas matrices alimentarias naturalmente presentes en los alimentos desde su propio origen, aún cuando en las mismas existan algunas grasas, sodio o azúcares que forman parte intrínseca del alimento y no pueden disociarse en el etiquetado frontal. Es el caso de la lactosa de los lácteos o su contenido graso, del azúcar propio de cada fruta o el sodio de los quesos blandos. La coherencia con las GAPA se asegura cuando el foco se pone en los nutrientes críticos que se agregan en el proceso de elaboración, no con lo que ya tienen los alimentos como parte de su propia naturalidad.
Las mismas guías alimentarias -y la ciencia de la nutrición- son claras en sus mensajes: hay que comer más verduras y frutas en todas sus formas, legumbres, granos o productos derivados con el menor impacto posible en la elevación de la glucemia (azúcar en sangre), leche, yogur, quesos, pescado, pollo, huevos, carne de cerdo o vacuna -en este último caso quizá algo menos que lo que nuestra cultura alimentaria lo suele hacer- o panificados con más fibra.
Todo este conjunto de alimentos, sus versiones frescas y las que son elaboradas manteniendo su buena densidad de nutrientes esenciales deberían estar siempre disponibles, en forma variada, a precios accesibles y con el menor número de sellos u octógonos de advertencia.
Hay ejemplos claros de alimentos elaborados que mantienen su matriz alimentaria y calidad nutricional, pero que en caso de utilizar un base de cálculo como el propuesto por el proyecto del Congreso de la Nación, terminarán falazmente impactados con sellos de advertencia: pescados en conservas, variedades de quesos, yogures, galletitas con fibra o cereal integral, entre otros.
No tiene lógica que estos alimentos tengan más sellos negros que gaseosas o jugos azucarados, algunas papas fritas, algunas carnes procesadas o cereales altos en azúcar.
Es clave que un buen etiquetado frontal de advertencia (como seguramente será el caso de nuestro país y los vecinos) identifique cuáles alimentos objetiva y científicamente representan elecciones alimentarias poco saludables (que las GAPA identifica como ocasionales) y señalar al consumidor cuáles son las mejores opciones para su dieta.
Saludablemente, ese camino está siendo transitado por todos nuestros países vecinos.
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