
Con el tiempo comprendemos la importancia de reconocer el lugar que nos pertenece, respetarlo, aceptarlo, cuidarlo. Comprendemos, que ceder puede evitar momentáneamente situaciones de tensión pero no es la solución. Porque evitar esa tensión, a la larga se convierte en frustración, situación poco propicia para desarrollar capacidades que nos ayuden a resolver los conflictos y poder vivir en esa tan ansiada paz. Muchas veces por el deseo de vivir en paz no sabemos expresar lo que necesitamos y perdemos el sentido de lo que es justo, quedando expuestos a tolerar lo que nos hace daño.
Ser asertivos, disfrutar de la capacidad de expresar en el momento adecuado lo que sentimos y lo que pensamos, de una manera equilibrada, nos ayuda a cuidar nuestro espacio y respetar el de los demás. No desde el silencio del sometimiento sino desde la libertad en el encuentro a través del diálogo, que genera la verdadera y necesaria armonía.
Evitar el conflicto no significa liberarnos del problema, sigue ahí, aunque lo neguemos, y la tensión que esto nos provoca, demanda una gran energía, que con el tiempo genera muchos problemas. La clave está en tomar decisiones, equivocadas o no, y no eludirlas.
Decir que sí y ceder por no confrontar con nuestro entorno, lejos de hacernos encontrar la paz, pasado el tiempo, nos produce tal presión que estallamos, quebrando relaciones, o en otras ocasiones, deteriorando nuestro cuerpo.
Ceder ante los conflictos nos baja la autoestima y repercute en los diferentes ámbitos en los que se desarrolla nuestra vida, sea laboral social o familiar, porque al no expresar de manera adecuada el malestar que sentimos o la injusticia que vemos, optamos por dejar nuestro espacio, por temor a perder el afecto de quienes son importantes para nosotros, o sentirnos mal por padecer una reacción violenta. Si bien en algunas ocasiones el retirarnos puede formar parte de una estrategia útil para pensar, se convierte en un problema cuando esta es la única respuesta que tenemos frente a situaciones que rechazamos.
No es cuestión de ir por el mundo confrontando continuamente, quizás hay situaciones que no lo ameritan y podemos pasarlas por alto. Pero la cuestión es, cuando esta actitud se repite y no somos capaces de defender nuestras opiniones o intereses por ver el conflicto como negativo, cuando en realidad se trata de un problema que necesitamos enfrentar, que quizás no tiene la solución que deseamos, pero el ejercicio de enfrentarlo nos brinda la oportunidad de poder resolverlo y sentirnos mejor con nosotros mismos, experimentando el valor de la negociación.
El conflicto más allá de ser un problema, nos convoca a una manera diferente de establecer las relaciones en nuestra vida diaria, desde donde, si perdemos el miedo a expresar nuestro punto de vista, descubrimos y aceptamos, como parte del juego, detectar en qué perdemos y en qué ganamos ambos, para seguir avanzando, a través del diálogo y el consenso.
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