
El camino hacia convertir el COVID-19 en una enfermedad respiratoria estacional (no necesariamente invernal) quizás con presentaciones graves esporádicas, dependerá de tres factores: la evolución genética del virus; la vacunación periódica, efectiva, igualitaria, y masiva; y la capacidad de organizar respuestas sanitarias y sociales sofisticadas con amplio uso de la tecnología. Como puede verse, finalmente entre el virus y nosotros la capacidad de organizarnos es todo.
Corto plazo
En el corto plazo la Argentina probablemente enfrente una nueva ola. Las causas son el gran número de infectados generados en el verano, no detectados, y circulando (manifiesto en el aumento de la positividad de los test las últimas semanas); la aceleración de la circulación de personas; y un 90% de la población aún susceptible según los estudios locales e internacionales.
Otro factor preocupante es la circulación detectada en la Argentina de cepas peligrosas como la británica o la de Manaos, más contagiosas y con mayor poder intrínseco de daño. El panorama se volvería más complicado.
El lugar de inicio y el tiempo que demore esta combinación de factores en impactar sobre la demanda de servicios de salud por aumento de formas graves es azaroso (técnicamente es estocástico), pero ocurriría casi con seguridad. Pensemos que actualmente experimentan brotes fuertes países con niveles de vacunación tres a cinco veces superiores al nuestro.
La aplicación de vacunas continuará siendo inferior a lo necesario debido a la situación internacional, la flemática logística local, y a algunas asignaciones de prioridades equivocadas desde lo sanitario. Ninguna persona menor a 60 años que no sea trabajador de la salud o padezca factores de riesgo definidos debería ser vacunada en este momento.
Habría otras herramientas para volver la vida a la normalidad como ser los testeos masivos con trazabilidad y aislamientos selectivos, el amplio uso de barbijos de alto filtrado, y la provisión adecuada de elementos de protección personal en algunos sectores (esta es deficiente incluso en los hospitales). En nuestro país, inexplicablemente hemos postergado estas herramientas, aunque permitieron volver a la normalidad a China, Japón, Australia, Nueva Zelanda, y otros, aún antes de comenzar a vacunar.
El corto plazo es importante por dos razones: en estas condiciones una nueva ola podría saturar los sistemas de salud (podría concentrar en 110 días lo ocurrido en todo el 2020), trayendo consecuencias sociales imprevisibles; y por otro lado, el único paliativo disponible será la cuarentena estricta con sus ruinosas consecuencias económicas y sociales. En medio del brote exponencial, únicamente funciona el confinamiento, como lo demuestra la experiencia de todos los países desarrollados hasta la fecha.
Estrategia
Para mitigar el cuadro descripto hay cuatro herramientas. Primero, concentrar la vacunación en los grupos de mayor riesgo: todos los mayores de 60 años, todos los trabajadores de la salud, y los menores de 60 años con obesidad, insuficiencia renal crónica en diálisis, cáncer activo, enfermedad pulmonar obstructiva crónica documentada, insuficiencia cardíaca crónica, severo retraso mental, o diabetes. Unas 10 millones de personas con riesgo de terapia intensiva e incluso muerte hasta 1.000 veces superior al del resto de la población. Con la disponibilidad de vacuna actual no hay lugar para más. Estos grupos deben vacunarse a razón de 300.000 dosis diarias, preferentemente priorizando las localidades de mayor circulación viral.
Segundo, multiplicar por diez el número diario de testeos, para tener un mapa epidemiológico realista y proceder a la trazabilidad y aislamiento de los nuevos casos; ¿cuánto? hasta que la positividad sea del 1%. Además permitirá establecer cordones sanitarios cuando la situación lo amerite (Córdoba es un signo de alarma fuerte). La estrategia será eficaz para salvaguardar la actividad en ciudades que hoy tengan baja circulación.
Tercero, debe proveerse barbijo de alto filtrado a todo el personal hospitalario público y privado sin excepción, y a todo trabajador esencial en actividad. En el resto de la población, barbijo casero con tela de algodón y una capa media de franela o paño amarillo de la cocina.
Cuarto, establecer un comité multidisciplinario independiente para supervisar la situación epidemiológica y recomendar al Gobierno de manera crítica sobre cierre de actividades, continuidad o no de clases presenciales, oportunidad de aglomeraciones por comicios, y que controle la transparencia del programa de vacunación y otras ayudas sociales indispensables durante los meses venideros.
Mediano plazo
El mediano plazo llegará a partir de septiembre. Sin mejorar el ritmo de vacunación no habremos aplicado 20 millones de dosis para entonces, lo que representaría un tercio de la población objetivo con la cepa actual y un poco menos con la británica o la brasileña. Sin ese objetivo realista y básico, entraremos al 2022 vulnerables a nuevas olas de COVID-19. Y entraremos más pobres. Pero lo peor de todo, como al termino de toda batalla mal peleada, podríamos terminar más desorganizados.
Carlos Regazzoni es doctor en Medicina y ex titular del PAMI.
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