
¿A quién se le ocurrió definir que la educación no es esencial en nuestro país? Sin duda se trató de una mala decisión al igual que impedir trabajar a los comercios de barrio y mantenerlos cerrados durante meses, poniendo en juego el tejido social y la salud emocional de miles de pequeños comerciantes que llegaron a la desesperación de perderlo todo, sin que los dejaran pelearla. El doble estándar con el que se determinó qué era esencial y qué no lo era enfrentó también innecesariamente a los actores y protagonistas del sistema educativo tanto público como privado.
La única solución del Gobierno para resolver la educación en la pandemia ha sido la decisión de mantener cerradas las escuelas y los jardines de infantes. Pese a que muchos maestros y padres pidieron y siguen reclamando que sus hijos vuelvan a las aulas, aún seguimos sin certezas y con respuestas ambiguas, esperando definiciones de las autoridades educativas y sanitarias a las que se ve más bien empeñadas en usar las escuelas como vacunatorios improvisados.
La aprobación de protocolos específicos permitió que casinos, cines, teatros, shoppings, gimnasios, bares y locales gastronómicos, entre otros, abrieran sus puertas. La lucha de cada sector fue un claro ejemplo de querer trabajar para sobrevivir y sostener el empleo. Una inmensa mayoría de docentes siente que su compromiso con los chicos es el mismo que el de padres y madres que piden volver a la escuela, porque saben que el aula es mucho más que un lugar de trabajo, mucho más que tiza, pizarrón y bancos: es aprendizaje emocional, compañerismo, interacción y, en muchos casos, contención.
Esa lucha parece muy distante y distinta de la que mantiene una parte de la dirigencia gremial, con una postura excesivamente dura que obstaculiza el diálogo y pone excusas o condiciones como la vacuna o los grupos de riesgo, sin voluntad manifiesta de avanzar hacia la reapertura a esta altura imprescindible de los centros educativos.
Defender y proteger el derecho a la educación de los chicos en equilibrio con los derechos laborales de los docentes implica sentarse a trabajar juntos y buscar alternativas posibles para el retorno de la presencialidad con los cuidados sanitarios necesarios. Las experiencias de los países que nunca cerraron las escuelas pueden aportarnos mucho para encontrar nuevas vías de solución y acordar los caminos posibles como grupos reducidos y rotativos o la modalidad mixta.
Una escuela es tan esencial como un hospital o el transporte público. Un docente es tan esencial como un agente de salud, de seguridad o un recolector de residuos. Los trabajadores de la educación saben que van a recibir todo nuestro apoyo y los cuidados necesarios al igual que los trabajadores de la salud o de otros rubros que se han definido como esenciales.
Ya fuimos testigos del fracaso que significó el falso dilema entre salud o economía. Ojalá que como sociedad sepamos madurar para no repetir los mismos errores. No caigamos en la dicotomía salud o educación. La urgencia no es esa sino entender más bien que abrir las escuelas es abrir el futuro.
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