
La forma de votar importa, porque define qué democracia queremos promover. Hasta ahora hemos naturalizado un sistema centrado en las listas sábana, diseñadas en las oficinas de los partidos políticos y que terminan imponiendo una enorme boleta con todos los cargos a una ciudadanía que poco puede hacer para ejercer con libertad su derecho a elegir.
Los problemas que genera esta forma de votar son múltiples. Una boleta por partido pone el eje de la decisión en lo partidario y no en lo ciudadano: no incentiva la autonomía del elector al no poder éste elegir por categoría, privilegiando el “arrastre” de lo nacional al resto de los cargos.
La lista sábana hace que el debate se centre en general en los temas más candentes del momento, especialmente los nacionales, con bajo conocimiento de los debates y los candidatos de las demás categorías. Se imprimen millones de boletas para ser repartidas como volantes en las esquinas o se envían a las casas de los vecinos, como un elemento de marketing de campaña y asumiendo un esfuerzo logístico y económico enorme (que de un modo u otro sale de los bolsillos de la ciudadanía).
Este sistema se presta a engaños como cuando se imprimen con errores las boletas del adversario para fomentar el voto nulo. Además, el que tiene más dinero puede imprimir y repartir muchas más boletas, lo que genera una inequidad entre partidos chicos y grandes. Las toneladas de papel que se imprimen dañan el ambiente y generan costos económicos exorbitantes además de mañas que ya son tradición, como el robo de boletas o el voto cadena. Los candidatos en el Conurbano guardan las boletas en sus casas para no correr el riesgo de que “desaparezcan” en medio de la lucha política.
En el cuarto oscuro, la pelea es por el lugar en los pupitres, porque todos buscan estar a mano del elector. Se debe organizar un ejército de fiscales de mesa para “cuidar” la boleta, a quienes en general hay que conseguirles un viático y una vianda. Y hay que entrar cada 10 votantes al cuarto oscuro para comprobar que estén las boletas de todas las fuerzas políticas.
La manipulación potencial, los altos costos económicos y la falta de transparencia que conlleva este sistema nos debería hacer reflexionar. Más aún, la necesidad de que el ciudadano/a pueda evaluar con mayor profundidad a los candidatos a cada cargo o categoría debería ser un objetivo prioritario del sistema de votación. Lo que nos pasa en las elecciones locales es que, más aún cuando se vota todo en la misma fecha, se terminan debatiendo los temas nacionales y nunca los propios, lo que debilita la democracia local.
Necesitamos un sistema de votación que garantice mejor los derechos políticos de los ciudadanos. El hecho de poder elegir por cada uno de los cargos obliga a los candidatos de cada categoría a dar la cara, a exponer sus ideas y propuestas, haciendo visibles los temas legislativos, locales y provinciales. Los casos de Córdoba y Santa Fe con la Boleta Única de papel son buenos ejemplos de que se puede lograr un cambio en poco tiempo y valorado tanto por los ciudadanos como por la dirigencia política.
Este sistema hace que el Estado administre la impresión y entrega en la escuela de las boletas a los votantes, evitando todas los problemas antes mencionados y generando mayor equidad, transparencia y legitimidad política a quienes son elegidos. El sistema ha demostrado ser fácil de usar y ha aumentado la confianza en la integridad de las elecciones. Quizás haya llegado el momento de intentarlo.
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