
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Yo sigo apostando por lo que puedo decir con mil palabras. Mi primer pensamiento es qué hubieran dicho mis maestras Nené, Silvia, Raquel y Nelda de la Escuela Primaria N° 16 ¨Manuel Belgrano¨ de Monte Grande. Sé lo que hubieran hecho, porque una enseñanza vale más que mil palabras. Hubieran estado ahí. como cada día, en la puerta de la Escuela para recibirnos y enseñarnos que indio no va con hache escribiéndolo 100 veces, que no se dice 2 coma 5 (por 2,5), sino 2 enteros 5 décimos, que el punto de ebullición del agua es 100 °C, o a escribir con un lápiz negro: ¨NINA AMA A LA MAMÁ¨.
La imagen en cuestión muestra a un reducido grupo de personas -sin distanciamiento ni uso de tapa boca y nariz- contra las rejas de la Casa Rosada y dispuestos delante de un blasón con la inscripción de CTERA, que no es otra que la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina, entidad gremial que afilia sindicatos docentes de todas las jurisdicciones educativas del país. Eso nos hace suponer con cierto grado de verosimilitud que se trata de un grupo de docentes.
Nadie podría cuestionar a esta altura de los acontecimientos que alguien participe de la despedida del Diego, pero asistir a un evento masivo, violando todas las normas sanitarias que debemos transmitir a nuestros estudiantes y en representación de la organización gremial docente más reconocida del país, fundada en 1973 por maestros de la talla de Marta Maffei o Alfredo Bravo -por mencionar solo a dos entre tantos- indigna a gran parte de las y los docentes argentinos, que hemos atravesado uno de los años más complejos de nuestra historia educativa.
¿Qué intentaba transmitir esa imagen? No creo que se trate de una lucha o de una reivindicación. Porque, en todo caso, la lucha por una educación pública de excelencia siempre estuvo y estará -lamentablemente no lo está desde hace 8 meses- dentro de las aulas. Es en ellas donde nuestro discurso de cuidado, acompañamiento, enseñanza y trasmisión de la cultura se hace efectivamente realidad. Es allí donde niñas, niños y jóvenes de todas las edades podrán aprender a pensar críticamente de forma autónoma.
Tampoco creo que esa imagen transmita la supuesta resistencia de los docentes a volver a las clases presenciales. Circunstancialmente ilustra lo contrario. Podríamos preguntarnos con qué autoridad política los funcionarios podrán a partir de hoy prohibir a nuestros estudiantes y docentes volver a las aulas, porque la autoridad fundada en el conocimiento científico hace rato que les ha vedado esa potestad.
No es necesario entrar a la enciclopedia mundial de los papers científicos ni a las recomendaciones -casi súplicas- de los organismos internacionales como la OMS o UNICEF para comprobar empíricamente que la inmensa mayoría de las naciones ha resuelto fundadamente que lo primero que hay que abrir y lo último en cerrar en esta pandemia son las escuelas. ¿Pueden todas ellas cometer semejante equivocación o torpeza? Nosotros hemos procedido exactamente al revés y pagaremos con creces este desatino.
Nuestra población es muy joven; casi el 50% tiene menos de 30 años y por ende es el colectivo que más necesita que las escuelas estén abiertas. Cada mes de clases perdidas significa el 1% menos de productividad e ingresos futuros en nuestros estudiantes. Mientras tanto, no se avizoran planes para evaluar en qué condiciones se encontrarán los más de 11.000.000 de estudiantes argentinos cuando regresen a las escuelas, ni tampoco cuál será el plan de trabajo bienal 2020-2021, porque el 2020 ya se fue y pensar que podrá recuperarse en 2021 es tan utópico como ilusionarnos con que aparecerá otro Diego, porque la mano de Dios inesperada y dolorosamente nos dejó y tendremos que ser todos quienes nos hagamos cargo de poner de pie a la Argentina.
* El autor es ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires y director de la escuela de Formación en Ciencias
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