
Había una vez un país que fue envidia de Latinoamérica, hablar de educación en ese país era motivo de orgullo, pues representaba la llave a la movilidad social. En ese país, hace no tanto tiempo, el fútbol se jugaba los domingos, las series se veían una vez por semana y los padres trataban con respeto a las señoritas de guardapolvo blanco, en las cuales depositaban el sueño de un futuro mejor para sus hijos. ¿Qué fue de aquel país? ¿Cómo llegamos a esto?
Prácticamente un año sin clases presenciales; miles de niños han perdido mucho más que un año de su escolaridad. Para una multitud de adolescentes ya no habrá retorno, sumarán sus historias de vida al flagelo de la deserción escolar. Para los pequeños más afortunados Zoom se ha transformado en su peor pesadilla nocturna, se imagina el lector a los cinco años cotidianamente frente a una pantalla, en lugar de aprender jugando a amar el aprender y no tomarlo como el peor de los castigos. Pero ellos han sido los privilegiados, muchos otros perdieron contacto con la escuela, el tener Zoom una vez cada tanto en un celular, con todos los problemas de conectividad propios de nuestra realidad, ha convertido tan sólo en una fantasía de nuestro imaginario el hecho que no han perdido el año. No hagamos como el avestruz, es imprescindible corregirlo para 2021, pues de lo contrario con certeza se habrá de repetir.
Somos la excepción en el mundo, como tantas otras veces lo hemos sido, somos argentinos, somos distintos, somos los mejores, pero nos va muy mal. No lo neguemos. ¿Por qué no podemos admitir que el resto del mundo, con sus defectos y errores, funciona bastante mejor que nuestro país? Podemos discutir durante horas, pero en Suecia todo niño o adolescente menor de 16 años no ha perdido un solo día de clase, aún en el momento más álgido de la pandemia. Podemos discutir tanto como el lector lo desee, pero en Uruguay las clases son una prioridad, las escuelas continúan abiertas, a pesar de haberse cancelado la temporada estival en Punta del Este, con el inmenso costo que ello representa.
Nuestra realidad es otra, da vergüenza el ilustrarlo. Los mismos adultos que se oponen a la plena reapertura de las escuelas, hasta tanto arribe una milagrosa vacuna, ya pueden concurrir a restaurantes, gimnasios, teatros y aún a casinos, y cuando llegue el verano, la costa los espera.
Hace pocos días, el Rabino Uriel Romano publicó un tweet que refleja con tal claridad la irracionalidad que estamos viviendo que, a pesar de lo terriblemente duro que es leerlo y tan sólo el imaginarlo, es oportuno citarlo: “Los judíos estudiábamos la Tora a escondidas durante las persecuciones griegas y romanas. En los Guetos y Campos de Concentración nunca dejaron de haber escuelas. La educación es siempre un acto de resistencia…”
Es imprescindible dejar de hablar y hacer. Existe objetivamente un riesgo de vida, o acaso es posible que los niños que en virtud del cierre de las escuelas no hayan recibido educación durante 2020 tengan la posibilidad de desarrollar una vida con oportunidades similares a haberla recibido. Decretar la emergencia educativa y, en función de ella, establecer la educación como un servicio público esencial, es la única alternativa, de lo contrario se perderá otro año con las terribles consecuencias que miles de niños y jóvenes habrán de pagar en el futuro, y nosotros seremos los responsables.
*El autor es miembro de la Academia Nacional de Educación y Rector de UCEMA
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