
Hace cinco años, a pocas horas de conocerse la muerte violenta de mi colega Alberto Nisman, escribí una columna en este medio, donde expresaba que el mejor homenaje que podíamos rendirle era trabajar para que la denuncia contra el gobierno de aquel momento, presentada el 14 de enero de 2015, no muriera con él. Voy a escribir cosas que ya dije y publiqué en estos cinco años, y aunque no lo parezca, sigue resultando imprescindible hacerlo. No se trata de un olvido. Todo lo contrario: es una deliberada reiteración de conceptos y de críticas frente a temas que no cambian, que se naturalizan y se convierten en permanentes. El fiscal Nisman no es el único ejemplo en la historia de nuestro país.
En aquella oportunidad afirmé que estábamos frente a la muerte política violenta más importante de los 32 años consecutivos de vida en democracia (hoy ya son 37). El 18 de enero será siempre un día para recordar, para recuperar la memoria y volver a vivir, por más triste que resulte, el clima reinante en el país ese enero del año 2015. No es la idea repetir las críticas a los primeros momentos de la investigación, la recolección de las pruebas en la escena del hecho, la autopsia, las críticas furibundas contra Nisman y su familia, los intentos por archivar y olvidar su denuncia, ni nada de eso. Sobre estas penosas cuestiones nos hemos referido hasta el hartazgo.
Mi intención es provocar una reflexión más meditada y que ponga distancia con esos debates en gran parte –y tristemente- estériles. La sociedad argentina tiene un muerto con el que no sabe muy bien qué hacer. Tironeado a uno y otro lado de la grieta, un quiebre en la Argentina que ya existía antes del asesinato de Nisman. Esta muerte no debe estar al servicio de la grieta. La desaparición física del fiscal más importante del país debe trascender cualquier diferencia ideológica. Es un hecho que nos incumbe a todos.
En estos cinco años hemos aprendido el valor de muchas cosas, de la libertad, de la república y de la independencia de la Justicia. También quienes trabajamos por causas justas hemos aprendido a resistir y soportar todo tipo de críticas: las infundadas, las tendenciosas o directamente las falsas. Todos crecimos en este tiempo, algunas cosas han cambiado.
Como expresé al inicio, no es este el momento de hablar sobre los cuestionamientos que se formularon al estado de la investigación o al valor de la prueba existente en la causa judicial, la que dicho sea de paso, no puede ser puesta en tela de juicio de cualquier manera y en cualquier tiempo. Hay mucho por decir, pero este no es el día. Habrá otros, ya vieron que no nos quedamos con el silencio. La gente respetuosa sabe que el 18 de enero es un día para el respeto y la memoria. Será justicia.
El autor es fiscal general de la Cámara del Crimen
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